TU PALABRA ES VERDAD

I

En todo pasaje bíblico se dan por supuestos, cuando no se expresan, dos hechos en relación con el Jehová trino. El primero es el de que él es rey -monarca absoluto del universo, que dirige todos sus asuntos, que obra su propia voluntad en todo lo que en él ocurre. El segundo hecho es el de que él habla -pronunciando palabras que expresan su voluntad a fin de que ella se cumpla. El primer tema, el del gobierno de Dios, ya ha sido tocado en capítulos anteriores. Es el segundo tema, el de la palabra de Dios, el que ahora nos concierne. El estudio del segundo tema aumentará de hecho nuestro entendimiento del primero, porque así como las relaciones de Dios con su mundo tienen que entenderse en términos de su soberanía, esta ha de entenderse en términos de lo que nos dice la Biblia acerca de su palabra.
El gobernante absoluto, como lo eran los reyes en el mundo antiguo, habla, en el curso ordinario de los acontecimientos, en dos niveles generalmente, y con dos fines. Por un lado, ha de promulgar decretos y leyes que directamente determinan el ambiente -judicial, fiscal, cultural- en el cual han de vivir en adelante sus súbditos. Por otro lado, hará discursos públicos con el fin de establecer, en lo posible, un lazo personal entre él y sus súbditos, y de despertar en ellos el máximo apoyo y cooperación para lo que hace. Para la Biblia la palabra de Dios tiene también este doble carácter. Su palabra se refiere tanto a lo que nos rodea como a nosotros mismos: habla tanto para establecer el ámbito de nuestro vivir como para captar nuestra mente y nuestro corazón.
En relación con lo primero, vale decir, la esfera de la creación y la providencia, la palabra de Dios consiste en un mandato soberano, "Sea... “En el segundo aspecto, la esfera en la cual la palabra de Dios se dirige a nosotros personalmente, ella consiste en la Tora real (Tora es la palabra hebrea que se traduce "ley" en el Antiguo Testamento, que en realidad denota "instrucción" en sus variadas formas). La Tora de Dios el rey tiene un triple carácter: parte de ella es ley (en el sentido estrecho de mandamientos o prohibiciones, con las correspondientes sanciones); parte es promesa (favorable o desfavorable, condicionada o incondicional); parte es testimonio (información suministrada por Dios mismo o los hombres, y sus respectivos actos, propósitos, naturaleza, y expectativas).
La palabra que Dios nos dirige directamente a nosotros es (como lo es un discurso real, sólo que en mayor medida aun) un instrumento, no sólo de gobierno, sino también de comunión. Porque, por más que Dios sea un gran rey, no es o su deseo vivir distanciado de sus súbditos. Más bien todo lo contrario: él nos hizo con la intención de que él y nosotros pudiésemos andar juntos por siempre en una relación de amor. Pero una relación de este tipo sólo puede existir cuando las partes se conocen mutuamente. Dios, nuestro Hacedor, nos conoce a nosotros antes que digamos nada (Sal. 139.1-4); pero nosotros no podemos conocerlo a él a menos que se nos dé a conocer. Aquí, por lo tanto, tenemos una nueva razón de por qué Dios nos habla: no sólo para movemos a hacer lo que él quiere, sino para hacer posible el que lo conozcamos a él a fin de que podamos amarlo. Por ello Dios nos manda su palabra en carácter tanto de información como de invitación. Nos llega con el doble fin de atraemos e instruimos; no solamente nos pone en antecedentes de lo que Dios ha hecho y está haciendo sino que nos llama a una comunión personal con nuestro amante Señor.
II
La palabra de Dios nos sale al encuentro, en sus diversas manifestaciones, en los tres primeros capítulos de la Biblia. Miremos primeramente el relato de la creación en Génesis 1. Parte del propósito de dicho capítulo es el de aseguramos que cada uno de los elementos que constituyen el ambiente natural en que nos movemos ha sido colocado allí por Dios.
El primer versículo declara el tema que ha de ser desarrollado en el resto del capítulo -"En el principio creó Dios los cielos y la tierra." El segundo versículo se refiere al estado de cosas en el que se desarrollará la obra de Dios en la tierra: es un estado en el que la tierra estaba vacía y desolada, sin vida, oscura, y completamente anegada en agua. Luego el versículo tres nos informa de cómo en medio del caos y la esterilidad Dios habló -"Y Dios dijo: Sea la luz." ¿Qué ocurrió? Inmediatamente "fue la luz". Siete veces más (vv. 6, 9, 11, 14, 20, 24,26) se escuchó la palabra creadora de Dios, "Sea... ", y paso a paso las cosas comenzaron a existir y organizarse. El día y la noche (v. 5), el cielo y el mar (v. 6), el mar y la tierra seca (v. 9) fueron separados; la vegetación verde (v. 12), los cuerpos celestiales (v. 14), los peces y las aves (v. 20), los insectos y los animales (v. 24), y finalmente el hombre mismo (v. 26) hicieron su aparición. Todo fue creado por la palabra de Dios (cf. Sal. 33:6,9; Heb. 11:3; II Pedro 3:5).
Pero luego la historia nos traslada a una etapa posterior. Dios les habla al hombre y a la mujer que había creado. "Dios les dijo “(v. 28). Aquí Dios se dirige al hombre directamente; así se inaugura la comunión entre Dios y el hombre. Nótense las categorías a que corresponden las palabras dirigidas por Dios al hombre en el resto del relato. La primera palabra de Dios a Adán y Eva consiste en un mandato, llamándolos a cumplir la vocación del hombre de dominar el orden creado: "Fructificad sojuzgadla (la tierra) y señoread... “(v. 28). Luego viene la palabra de testimonio: "He aquí..." (v. 29), en la que Dios explica que las legumbres, los cultivos, y las frutas fueron hechos para que hombres y animales los comiesen. En seguida viene una prohibición, con la sanción correspondiente: "Del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás" (2:17). Finalmente, después de la caída, Dios se arrima a Adán y Eva y les habla nuevamente, y esta vez sus palabras son palabras de promesa, tanto favorable como desfavorable, por cuanto si bien por una parte afirma que la simiente de la mujer ha de herir a la serpiente en la cabeza, por otra parte establece para Eva el dolor en el parto, y para Adán el trabajo fatigoso a la vez que para ambos la muerte segura (vv. 15-20).
Aquí, en el marco de estos breves capítulos, vemos la palabra de Dios en todas las relaciones en que aparece hacia el mundo, y hacia el hombre dentro de él. Por un lado, fijando las circunstancias y el ambiente; por otro, ordenando la obediencia del hombre, invitándolo a confiar, y dando a conocer al hombre la mente de su Hacedor. El resto de la Biblia nos ofrece muchos pronunciamientos posteriores de Dios, pero no aparecen otras categorías de relación entre las palabras de Dios y sus criaturas. En cambio, la presentación de la palabra de Dios en Génesis 1-3 se reitera y se confirma. Así, de principio a fin, la Biblia insiste por una parte en que todas las circunstancias y acontecimientos en el mundo están determinados por la palabra de Dios, el omnipotente "Sea... “del Creador. La Escritura describe todo lo que ocurre como cumplimiento de la palabra de Dios, desde los cambios en el tiempo (Sal. 147: 15-18; 148:8) hasta el surgimiento y la caída de las naciones. El hecho de que la palabra de Dios realmente determine los acontecimientos del mundo es la primera lección que Dios le enseñó a Jeremías cuando lo llamó a la función profética. "Mira -le dijo Dios- que te he puesto en este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y para destruir, para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar" (Jer. 1: 10).
¿Cómo podía ser esto, sin embargo? El llamado de Jeremías no era a ser un estadista o un potentado mundial sino a ser profeta, el portador de los recados de Dios (v. 7). ¿Cómo podía un hombre sin cargo oficial alguno, cuya única función era hablar, ser descrito como gobernador de las naciones, designado por Dios? Pues simplemente porque él tenía en su boca las palabras de Jehová (v. 9): y toda palabra que Dios le diera que hablase en relación con el destino de las naciones se habría de cumplir inevitablemente. A fin de grabar esto en la mente de Jeremías, Dios le proporcionó su primera visión. "¿Qué ves Jeremías? ... una vara de almendro (shaked)... Bien has visto; porque yo velo (shoked) sobre mi palabra para darle cumplimiento" (Jer. 1: 11, VM).
Por medio de Isaías Dios proclama la misma verdad en estos términos: "Como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir ... así será la palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero ... " (Isa. 55: 10ss). Toda la Biblia insiste invariablemente en que la palabra de Dios constituye un instrumento ejecutivo en todos los asuntos humanos. De él puede decirse con la verdad, como no puede decirse de ningún otro, que lo que dice tiene vigencia. Es rigurosamente cierto que la palabra de Dios gobierna al mundo, y es la que determina nuestra fortuna.
Luego, también, la Biblia afirma sistemáticamente, por otra parte, que la palabra de Dios nos viene directamente en ese triple carácter en que fue presentada en el jardín de Edén. En algunos casos nos llega como ley -como en el caso del Sinaí, y de muchos de los sermones de los profetas, y en buena parte de la enseñanza de Cristo, como también en la exhortación evangélica a arrepentimos (Hech. 17:30) y creer en el Señor Jesucristo (I Juan 3:23). Otras veces nos, llega en forma de promesa -como en la promesa de posteridad, Y en la promesa del pacto, dadas a Abraham (Gen. 15:5; 17: 1), la promesa de redención de Egipto (Exo. 3:7), las promesas del Mesías ( Isa. 9:6; 11: 1) y del j reino de Dios (Dan. 2:44s; 7; 13), y las promesas neo-testamentarias de justificación, resurrección, y glorificación para I los creyentes.
Otras veces nos llega como testimonio -instrucción divina relativa a los hechos de la fe y los principios de la piedad, en forma de relatos históricos, argumentación teológica, salmodia, y sabiduría. En todos los casos se deja constancia de que lo que la palabra de Dios nos exige tiene carácter absoluto: la palabra ha de ser recibida, y obedecida, y en ella se ha de confiar porque se trata de la palabra del Dios rey. La esencia de la impiedad es el orgullo y la terquedad de "este pueblo malo, que no quiere oír mis palabras" (Jer. 13: 10). La marca de la verdadera humildad y santidad, por otra parte, está en el hombre que "tiembla a mi palabra" (Isa. 66:2).
III
Pero lo que la palabra de Dios exige de nosotros no depende meramente de nuestra relación con él como criaturas y subiditos. Hemos de creerla y obedecerla, no solamente porque él nos manda que lo hagamos sino también, y en primer lugar, porque se trata de palabras verdadera. Su autor es el "Dios de verdad" (Sal. 31; 5; Isa. 65: 16), "grande en...verdad" (Exo. 34:6); "hasta los cielos [llega] tu verdad" (Sal. 108:4; 57: 10), es decir, es universal e ilimitada. Por lo tanto su "palabra es verdad" (Juan 17:17). "La suma de tu palabra es verdad" (Sal. 119: 160). "tú eres Días, y tus palabras son verdad" (Il Sam. 7:28).
La verdad en la Biblia es una cualidad de las personas principalmente, y de las proposiciones solamente en segundo término: significa estabilidad, confianza, firmeza, veracidad; la cualidad de la persona que es enteramente consecuente, sincera, realista, no engañada. Así es Dios: la verdad en este sentido es su naturaleza, y no está en él ser de otro modo. Por eso es que él no puede mentir (Tit. 1:2; cf. Núm. 23:19; 1 Sam. 13:29; Heb. 6: 18). Es por eso que sus palabras son verdad y no puede ser otra cosa que verdad. Constituyen el índice de lo real: ellas nos muestran las cosas tal como son, y como lo serán para nosotros en el futuro, según que acatemos o no las palabras de Dios para nosotros. Consideremos esto un poco más, en dos sentidos.

1. LOS MANDAMIENTOS DE DIOS SON VERDADEROS

"Todos tus mandamientos son verdaderos" (Sal. 119:151). ¿Por qué se los describe de este modo? Primero, porque tienen estabilidad y permanencia en cuanto establecen lo que Dios quiere ver en la vida de los seres humanos en todas las épocas; segundo, porque nos dicen la verdad inalterable acerca de nuestra propia naturaleza. Porque esto es parte del propósito de la ley de Dios: nos ofrece una definición práctica de lo que es la verdadera humanidad. Nos muestra, qué es lo que debió ser el hombre, nos enseña cómo es verdaderamente, y nos previene contra el auto destrucción moral. Este es asunto de gran importancia, asunto que requiere seria consideración en el momento actual.
Nos resulta familiar el concepto de que nuestro cuerpo es como una máquina, que requiere una rutina en cuanto a alimento, descanso, y ejercicio si ha de funcionar eficientemente, y que puede, si se le llena de combustible inadecuado alcohol, drogas, veneno- perder su capacidad de funcionar saludablemente y acabar sucumbiendo a la muerte física. Lo que quizá no comprendamos tan fácilmente es que Dios desea que pensemos en el alma de manera similar. Como seres racionales fuimos creados para llevar la imagen moral de Dios -es decir, nuestra alma fue hecha para "funcionar" con la práctica de la adoración, de guardar la ley, de la verdad, de la honestidad, de la disciplina, del autocontrol, y del servicio a Dios y a los semejantes. Si abandonamos dichas prácticas, no solamente incurrimos en culpabilidad delante de Dios; de manera progresiva destruimos también nuestra propia alma. La conciencia se atrofia, el sentido de vergüenza se marchita, la capacidad para obrar con veracidad, lealmente y honestamente se desvanece, el carácter se desintegra. No sólo nos volvemos desesperadamente miserables; sino que gradualmente nos vamos deshumanizando. Este es un aspecto de la muerte espiritual. Richard Baxter tenía razón cuando formuló las alternativas de este modo: “Un santo - o un bruto"; esta, en definitiva, es la única elección, y todos, tarde o temprano, en forma consciente o inconsciente, hacemos la opción por uno u otro. Hoy en día sostendrán algunos, en nombre del humanismo, que la moralidad sexual "puritana" de la Biblia es hostil a la consecución de la verdadera madurez humana, y que algo más de libertad abre el camino hacia un vivir más rico. De esta ideología sólo diremos que el nombre adecuado para ella no es humanismo sino brutismo. El relajamiento sexual no nos hace más hombres, sino todo lo contrario; embrutece y destroza el alma. Lo mismo puede decirse de cualquier mandamiento de Dios que tienda a descuidarse. Sólo vivimos verdaderas vidas humanas en la medida en que nos esforzamos en cumplir los mandamientos de Dios; nada más que eso.

2. LAS PROMESAS DE DIOS SON VERDAD

"Fiel es el que prometió" (Heb. 10:23). La Biblia proclama la fidelidad de Dios en términos superlativos. "Tu fidelidad alcanza hasta las nubes" (Sal. 36: 5); "de generación en generación es tu fidelidad" (Lam. 3:23). ¿Cómo se manifiesta la fidelidad de Dios? Mediante el fiel cumplimiento de sus promesas. El es un Dios que cumple sus pactos; jamás les falla a los que confían en su palabra. Abraham comprobó la fidelidad de Dios cuando esperó a lo largo de un cuarto de siglo, en su ancianidad, a que se produjese el nacimiento del heredero prometido; y millones de personas lo han comprobado posteriormente.
En los días en que la Biblia era aceptada universalmente en las iglesias como "la Palabra escrita de Dios", se entendía claramente que las promesas de Dios contenidas en la Escritura constituían la base adecuada, dada por Dios, para la vida de fe, y que la manera de fortalecer la fe estaba en depositarla en promesas particulares que nos decían algo. El puritano de nuestros días, Samuel Clark, en la introducción a sus Scripture Promises; or, the Christian 's Inheritance, A colection the Promises of Scripture under their proper Heads (Promesas de las Escrituras; o, la herencia del cristiano, colección de las promesas de las Escrituras bajo los encabezamientos correspondientes), escribió así:
Una atención firme y constante a las promesas, y una firme creencia en ellas, resolvería el afán y la ansiedad acerca de los problemas de esta vida. Haría que la mente estuviese tranquila y serena ante cualquier cambio, y mantendría en alto el espíritu, desfalleciente bajo las presiones diversas de la vida. Los cristianos se privan de los más sólidos consuelos a causa de su incredulidad y olvido de las promesas de Dios. Porque no hay necesidad tan grande para la que no haya alguna promesa adecuada, y sobradamente suficiente para nuestro alivio.
Un conocimiento pleno de las promesas sería de la mayor ventaja en la oración. ¡Con qué consuelo puede el cristiano dirigirse a Dios en Cristo cuando considera las repetidas aseveraciones de que sus oraciones han de ser oídas! ¡Con cuánta satisfacción ha de ofrecer ante el altar los diversos anhelos de su corazón cuando reflexiona sobre los versículos que contienen las promesas de su misericordia! ¡Con qué fervor de espíritu y fortaleza de fe ha de presentar sus súplicas, haciendo valer las diversas promesas de la gracia que se relacionan expresamente con su caso!
Estas cosas se entendían en otros tiempos; pero la teología liberal, con su negativa a identificar las Escrituras con la Palabra de Dios, nos ha privado en buena medida del hábito de meditar en las promesas, y de fundar nuestras oraciones en ellas, y de aventuramos a encarar con fe la vida de todos los días sólo en la medida en que nos lo permiten las promesas. Hoy la gente hace un gesto de desprecio ante las cajitas de promesas que solían usar nuestros abuelos, pero esta actitud no tiene nada de sabia; puede que se haya abusado de las cajitas de promesas, pero la actitud hacia la Escritura y hacia la oración que evidenciaban era correcta. Es algo que nosotros hemos perdido y tenemos que recuperar.
IV
¿Qué es un cristiano? Se lo puede describir desde muchos ángulos, pero por lo que hemos dicho resulta claro que podemos abarcarlo todo diciendo que es una persona que acepta la Palabra de Dios y vive amparado en ella. Se somete sin reserva a la Palabra de Dios que está escrita "en el libro de la verdad" (Dan. 10: 21), cree su enseñanza, confía en sus promesas, sigue sus mandamientos. Sus ojos se dirigen al Dios de la Biblia como su Padre, y hacia el Cristo de la Biblia como su Salvador. Dirá, si se le pregunta, que la Palabra de Dios no solamente lo ha convencido de pecado sino que le ha asegurado el perdón. Su conciencia, como la de Lutero, está cautiva a la Palabra de Dios, y aspira, como el salmista, a que su vida toda esté en línea con ella. “¡Ojala fuesen ordenados mis caminos para guardar tus estatutos!" "No me dejes desviar de tus mandamientos." "Enséñame tus estatutos. Hazme entender el camino de tus mandamientos." "Inclina mi corazón a tus testimonios." "Sea mi corazón íntegro en tus estatutos" (Sal. 119:5, 10,26s, 36,80). Las promesas están delante de él cuando ora, y los preceptos están también delante de él cuando se mueve entre los hombres. Sabe que además de la palabra de Dios que le habla directamente por las Escrituras, la palabra de Dios ha salido también a crear, y a controlar y ordenar las cosas que lo rodean; pero como las Escrituras le dicen que Dios dispone todas las cosas para su bien, el pensamiento de que Dios ordenando todas sus circunstancias no le trae más que gozo. Es un hombre independiente, porque usa la palabra de Dios como piedra de toque para probar los diversos puntos de vista que se le ofrecen, y no acepta nada que no esté seguro de que reciba la sanción de la Escritura.

¿Por qué es que esta descripción nos cuadra a tan pocos de los que profesamos ser cristianos en estos días? Al lector le resultará provechoso consultar a su propia conciencia, y que ella misma le responda.