TU ERES NUESTRO GUÍA

I

Para muchos cristianos la cuestión de la dirección es un problema crónico. ¿Por qué? No porque duden de que la dirección divina sea un hecho, sino precisamente porque están seguros de que lo es. Saben que Dios puede guiar, y ha prometido guiar, a todo creyente cristiano. Libros, amigos, oradores, les informan sobre la forma en que la dirección divina ha obrado en las vidas de otros. Su tema, por lo tanto, no es que no haya guía, disponible para ellos sino de que puedan perder la guía que Dios les provee por alguna falta en ellos mismos. Cuando cantan:
Guíame, oh tú gran Jehová, peregrino por esta tierra árida; soy débil, pero tú eres poderoso tenme con tu mano fuerte: pan del cielo dame ahora y por siempre jamás, no les cabe la menor duda de que Dios puede guiados y alimentarlos, tal como piden. Pero la ansiedad los acosa porque no están seguros de su propia receptividad a la dirección que Dios les ofrece. No todos, sin embargo, han llegado a ese punto. En nuestros días, como ya lo hemos indicado con frecuencia, el conocimiento de Dios ha sido oscurecido -transformado, en efecto, en ignorancia de Dios- porque nuestros pensamientos acerca de él han sido desviados. Así, por ejemplo, la realidad del gobierno de Dios, de la independencia de Dios, de la bondad moral de Dios, de que Dios habla, hasta de la personalidad de Dios, ha sido cuestionada no sólo fuera sino dentro de la Iglesia también. Esto ha hecho que resulte difícil para muchos creer que pueda existir siquiera la dirección divina. ¿Cómo puede existir, si Dios no es la clase de ser que puede, o desea dada? -y esto es lo que, de un modo o de otro, implican todas estas inquietudes. Vale la pena, por ello, recordar a este punto algunos de los conceptos básicos que presupone la dirección divina.
II
La creencia de que la dirección divina es real descansa sobre dos hechos fundamentales: primero, la realidad del plan de Dios para nosotros; segundo la habilidad de Dios para comunicarse con nosotros. Sobre estos dos hechos la Biblia tiene mucho que decimos.
¿Tiene Dios un plan individual para cada uno? Por cierto que sí. Dios tiene un "designio eterno" (literalmente un "plan para las edades"), un "designio  para realizado en la plenitud de los tiempos", en consonancia con 10 cual "realiza todo conforme a la decisión de su voluntad" (Efe. 3: 11; 1: 9, BJ). Tuvo un plan para la redención de su pueblo de la esclavitud egipcia cuando los guió a través del mar y el desierto mediante una columna de nube de día y una de fuego de noche. Tuvo un plan para volver a su pueblo del exilio babilónico, donde él guió colocando a Ciro en el trono y "despertando" su espíritu (Esd. 1: 1) para que mandase a los judíos de vuelta a edificar su templo. Tuvo un plan para Jesús (Véase Luc. 18:31; 22:24, etc.); toda la misión de Jesús en la tierra consistió en hacer la voluntad de su Padre (Juan 4:34; Heb. 10:7,9). Dios tuvo un plan para Pablo (Véase Hechos 21: 14; 22: 14; 26: 16-19; I Tim. 1: 16); en cinco de sus cartas Pablo se anuncia como apóstol "por la voluntad de Dios". Dios tiene un plan para cada uno de sus hijos.
Pero, ¿puede Dios comunicarnos su plan? Claro que sí. Así como el hombre es un animal comunicativo, también su Hacedor es un Dios comunicativo. Hizo conocer su voluntad a los profetas del Antiguo Testamento, y mediante ellos al pueblo. Guió a Jesús y a Pablo. Los Hechos registran varios casos de dirección detallada (cuando Felipe fue enviado al desierto para encontrarse con el eunuco etíope, 8: 26,29; cuando Pedro recibió instrucciones de visitar a Cornelio, 10: 19s; cuando la iglesia de Antioquia fue encargada de enviar a Pablo y Bernabé como misioneros, 13:2; cuando Pablo y Silas fueron llamados a Europa, 16:6-10; cuando Pablo fue instruido para que siguiera adelante con .su ministerio en Corinto, 18:9s); y, si bien la dirección divina mediante sueños y mensajes verbales directos ha de considerarse excepcional y no normal, incluso para los apóstoles y sus contemporáneos, con todo, dichos eventos por lo menos muestran que Dios no tiene ninguna dificultad para hacer conocer su voluntad a sus siervos.
Más aun, la Escritura contiene promesas explícitas de dirección divina por las que podemos conocer el plan de Dios para nosotros. "Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar", dice Dios a David (Salmo 32: 8). Isaías 58: 11 asegura que si el pueblo se arrepiente y obedece "Jehová te guiará de continuo". La dirección de Dios es tema principal en el Salmo 25, donde leemos que "bondadoso y recto es Jehová; por lo tanto dirigirá a los pecadores en el camino; encaminará a los humildes en la justicia; enseñará a los humildes su camino. ¿Quién es el hombre que teme a Jehová? a este le dirigirá por el camino que él escogiere" (vv. 8, 9,12, VM). Así también en Proverbios 3: 6: "Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas."
En el Nuevo Testamento surge la misma esperanza en cuanto a la dirección divina. La oración de Pablo de que los colosenses sean "llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual", y la oración de Epafras de que estuviesen "firmes en todo lo que Dios quiere" (Col. 1:9; 4: 12), suponen claramente que Dios está listo y dispuesto a hacer conocer su voluntad. En las Escrituras la "sabiduría significa siempre conocimiento del curso de acción que ha de agradar a Dios y asegurar la vida, de manera que la promesa de Santiago 1: 5 - "si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada" - es en efecto una promesa de guía. "Transforma os mediante la renovación de vuestra mente -aconseja Pablo-, de forma que podáis distinguir lo que es la voluntad de Dios: lo bueno, 10 agradable, lo perfecto" (Rom. 12:2, BJ).
Otras líneas de doctrina bíblica intervienen a esta altura para confirmar esta confianza en que Dios ha de guiar. Primero, los cristianos son hijos de Dios; y si los padres humanos tienen responsabilidad de guiar a sus hijos en asuntos en los que la ignorancia y la incapacidad pueden significar peligro, no tenemos por qué dudar de que en la familia de Dios ocurra lo mismo. "Si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto mas vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le pidan?" (Mat. 7: 11).
Además, la Escritura es la Palabra de Dios, "útil", leemos, "para enseñar, para reargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra" (II Tim. 3: 16). "Enseñar" significa instruir ampliamente en doctrina y ética, en la obra y la voluntad de Dios; "reargüir", "corregir", e "instruir en justicia" significan la aplicación de dicha instrucción a nuestra vida desordenada; "preparado para toda buena obra" -es decir, una vida dedicada a seguir el camino de Dios- es el resultado prometido.
Además, los cristianos tienen un Instructor que mora en ellos, el Espíritu Santo. "Vosotros tenéis la unción del Santo la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira". (1 Juan 2: 20,27). Las dudas en cuanto a la disponibilidad de la dirección divina constituirían una mancha en la fidelidad del Espíritu Santo para con su ministerio. Es notable que en Hechos 8:29; 10: 19; 13:2; 16:6, y más marcadamente en el decreto del concilio de Jerusalén -"Ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros " (15:28)-, la tarea de ofrecer guía se le asigna específicamente al Espíritu.
Además, Dios busca su propia gloria en nuestra vida, y él es glorificado en nosotros únicamente cuando acatamos su voluntad. Se sigue que, como medio para sus propios fines, tiene que estar dispuesto a enseñamos el camino, para que podamos andar en él. La confianza en la buena disposición de Dios para enseñar a quienes desean obedecer está en la base de todo el Salmo 119. En el Salmo 23:2 David proclama la' realidad de la dirección divina para la propia gloria de Dios: "Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre. "
Y así podríamos seguir, pero la cuestión está suficientemente demostrada. Es imposible dudar de que la dirección divina sea una realidad destinada y prometida a todo hijo de Dios. Los cristianos que no la conocen evidencian por esto mismo que no la buscaron como debían. Es razonable, por lo tanto, que nos preocupemos por saber si somos receptivos a la dirección de Dios, y que procuremos aprender cómo se obtiene.
III
Hay cristianos sinceros que con frecuencia se equivocan cuando se ponen a buscar la dirección divina. ¿Por qué ocurre esto? Frecuentemente la razón es que la idea que tienen de la naturaleza y el método que emplea Dios para guiar es errónea. Buscan fuegos fatuos; pasan por alto la guía que está al alcance de la mano, y se exponen a toda suerte de decepciones. El error básico está en pensar en la dirección divina como si fuese especialmente un impulso interno que da el Espíritu Santo, desligado de la Palabra escrita. Esta idea, que es tan vieja como los profetas falsos del Antiguo Testamento y tan nueva como el Grupo de Oxford y el Rearme Moral, es un semillero en el que pueden brotar toda clase de fanatismos y necedades.
¿Cómo puede haber cristianos serios y conscientes que cometan este error? Parece que lo que ocurre es como si que. Oyen la palabra "guía" y enseguida piensan en una clase particular de "problemas" que surgen en relación con la dirección divina -problemas que quizá los libros que han leído, y los testimonios que han oído, tendían a machacar exclusivamente. Es la clase de problemas relativos a lo que podríamos llamar "decisiones vocacionales" - decisiones, vale decir, entre opciones contrarias, todas las cuales aparecen en sí mismas como buenas y aceptables. Ejemplos: ¿Debo pensar en casarme o no? ¿Me convendrá casarme con tal persona o no? ¿Convendrá que procuremos tener otro hijo? ¿Conviene que me haga miembro de tal iglesia, o de tal otra? ¿Debo servir al Señor en mi país natal, o en otra parte? ¿Cuál de las profesiones que se me abren debo elegir? ¿Cuál de los cargos que se me ofrecen en la profesión debo aceptar? ¿Será mi esfera actual aquella donde debo estar? ¿Qué derechos tiene esta persona, o causa, sobre mí, sobre mis energías y mi generosidad? ¿Qué cosas han de tener prioridad respecto a mi tiempo y mi servicio voluntario? ... la lista es interminable. Naturalmente, en razón de que determinan nuestra vida de manera decisiva, y tienen tanto que ver con nuestra futura alegría o tristeza, dedicamos mucho tiempo a pensar en las "decisiones vocacionales", y es justo que sea así. Pero lo que no está bien es que nos hagamos a la idea de que, en último análisis, todos los problemas relacionados con la dirección divina son de este único tipo. Aquí, al parecer, está la raíz del mal.
Dos aspectos de la dirección divina se destacan en el caso de las "decisiones vocacionales". Ambos surgen de la naturaleza de la situación misma. Primero, estos problemas no pueden ser resueltos mediante la aplicación directa de enseñanzas bíblicas. Todo lo que puede hacerse con la Escritura es circunscribir las posibilidades aceptables entre las que hay que hacer la elección. (Ningún texto bíblico, por ejemplo, le indicó al escritor de estas páginas que debía declarársele a la dama que ahora es su esposa, o que se ordenara, o que comenzase su ministerio en Inglaterra, o que comprase ese enorme automóvil viejo que tiene.) Segundo, por el hecho mismo de que la Escritura no puede determinar directamente las elecciones que uno tiene que hacer, el factor del impulso y la inclinación provenientes de Dios se vuelve decisivo. Ese factor hace que uno se incline hacia un conjunto de responsabilidades antes que a otro, y que logre la paz mental al contemplar el resultado de la elección. La base del error que estamos tratando de detectar es suponer, primero, que todos los problemas de dirección divina tienen estas dos características, y, segundo, que la vida toda debiera ser tratada como un campo en el que dicho tipo de dirección o guía ha de buscarse.
Las consecuencias de este error entre cristianos sinceros han sido tanto cómicas como trágicas. La idea de una vida en la que la voz interior decide y dirige todo suena muy atractiva, por cuanto parecería exaltar el ministerio del Espíritu Santo y prometer la mayor intimidad con Dios; pero en la práctica esta búsqueda de la súper-espiritualidad lleva sencillamente a la confusión o a la locura. Hennah Whitall Smith (esposa de R. Pearsall Smith), una mujer cuáquera de gran inteligencia y sentido común, tuvo ocasión de ver mucho de esto y escribió sobre el tema en forma muy ilustrativa en sus "trabajos sobre el fanatismo" (publicados póstumamente por Ray Strachey, primero como Religiotis Fanaticism Fanatismo religioso, 1928, luego como Group Movements of the Past and Experiments in Guidance, Movimientos de grupos y experiencias en la dirección divina, 1934). Cuenta allí de la mujer que todas las mañanas, luego de haber consagrado el día al Señor en el momento de despertarse, "le preguntaba entonces si debía levantarse o no", y no se movía hasta que la "voz" le decía que se vistiese. "A medida que se ponía cada prenda le preguntaba al Señor si debía ponérsele, y con mucha frecuencia el Señor le decía que se calzara el zapato derecho pero no el otro; algunas veces debía ponerse ambas medias pero no los zapatos; otras veces los dos zapatos pero no las medias; y lo mismo ocurría con las demás prendas de vestir".
Estaba luego la inválida que, en una ocasión en que la dueña de casa la visitó y por olvido dejó el dinero sobre la cómoda, le vino "una impresión de que el Señor quería que tomase dicho dinero con el fin de ejemplificar la verdad del texto que dice 'todo es vuestro'" -lo cual hizo, escondiéndolo bajo la almohada, y mintió cuando la dueña volvió a buscarlo; pero eventualmente fue echada de la casa por ladrona. También leemos allí de una "dama refinada y sencilla de edad madura" que explicaba que "ha habido ocasiones en que, con el fin de ayudar a algunos amigos a recibir el bautismo del Espíritu Santo, me he sentido claramente guiada por el Señor a hacer que se metieran en la cama conmigo y nos acostáramos de espaldas sin ninguna prenda que nos separase" (Group Movements, pp. 184, 198,245). Estos relatos patéticos son tristemente típicos de lo que ocurre cuando se ha cometido el error básico en relación con la dirección divina.
Lo que nos muestra este tipo de conducta es la falta de comprensión de que el modo fundamental por el que nuestro Creador racional guía a sus criaturas es mediante la comprensión y la aplicación racionales de su Palabra escrita. Esta manera de guiar es fundamental, tanto porque limita el área dentro de la cual se requiere y se da la guía "vocacional", como porque sólo los que se han hecho receptivos a ella, de modo que sus actitudes básicas sean las correctas, pueden estar en condiciones de reconocer dicha guía "vocacional" cuando aparece. En su aceptación precipitada de los impulsos no racionales y no morales como si procedieran del Espíritu Santo, los casos que menciona la autora de referencia estaban olvidando que el vestir decente y modesto, el respeto por la propiedad ajena, y el reconocimiento de que la sensualidad no es espiritual, habían ya sido motivo de dictamen escritural (I Tim. 2:9; I Pedo 4: 15; Efe. 4: 19-22). Pero la forma verdadera de honrar al Espíritu Santo como nuestro guía es honrar las Sagradas Escrituras de las que se vale para guiamos. La guía fundamental que nos da Dios para moldear nuestra vida -es decir, el inculcar las convicciones, actitudes, ideales, y valorizaciones básicas, en términos de las cuales hemos de vivir- no es cuestión de impulsos internos aparte de la Palabra, sino de la presión que sobre la conciencia ejerce la representación del carácter y la voluntad de Dios en la Palabra, para cuya comprensión y aplicación ilumina el Espíritu.
La forma básica que toma la guía divina, por lo tanto, es la presentación a nuestra consideración de ideales positivos como líneas de conducta para todos los aspectos de la vida. "Sed vosotros el tipo de persona que era Jesús"; "buscad esa virtud, y aquella, y la siguiente, y practicadlas hasta sus últimas consecuencias"; "conoced vuestras posibilidades --los esposos para con sus mujeres, las esposas para 'con sus maridos; los padres para con sus hijos; y todos para con todos los hermanos en la fe de Jesucristo y para con todos los hombres; conocedlas, y procurad constantemente tener las fuerzas necesarias para cumplidas" -así es como Dios nos guía por medio de la Biblia, los Proverbios, y los profetas, el Sermón del Monte, y las porciones éticas de las epístolas. "Apártate del mal, y haz el bien" (Sal. 34: 14; 37:27) -este es el camino real por el que la Biblia quiere guiamos, y todas sus admoniciones están encaminadas a lograr que permanezcamos en él. Téngase presente que la referencia a ser "guiados por el Espíritu" en Romanos 8: 14 se refiere a la mortificación del pecado conocido y a no vivir según la carne, y no a cuestiones de "voces interiores" o experiencias semejantes.
Sólo dentro de los límites de este tipo de guía ha de impulsamos Dios interiormente en asuntos de decisión "vocacional". De modo que no corresponde esperar jamás que hayamos de ser guiados a casamos con un incrédulo, o a fugamos con una persona casada, mientras existan I Cor. 7: 39 y el séptimo mandamiento. El que escribe ha conocido casos en que se ha invocado la dirección divina para ambos cursos de acción. No cabe duda de que existían inclinaciones internas, pero con toda seguridad que no provenían del Espíritu de Dios, porque iban contra la Palabra. El Espíritu guía dentro de los límites que fija la Palabra, y no más allá. "Me guiará por sendas de justicia", y sólo por ellas.
IV
No obstante, incluso teniendo en líneas generales ideas acertadas acerca de esa guía, sigue siendo fácil equivocarse, particularmente cuando se trata de decisiones "vocacionales". Ninguna esfera de la vida ofrece un testimonio más claro de la fragilidad de la naturaleza humana, incluyendo aquí la naturaleza humana regenerada. La obra de Dios en estos casos consiste en inclinar primeramente nuestra capacidad de juzgar, y luego todo nuestro ser, hada el curso que, de todas las alternativas posibles, ha marcado como la más conveniente para nosotros, y para su gloria y el bien de otros a través de nosotros. Pero es posible apagar el Espíritu, y es sumamente fácil proceder de un modo que impide que nos llegue su influencia. Vale la pena enumerar algunos de los peligros principales.
PRIMERO, falta de disposición para pensar. Constituye falsa piedad, sobre-naturalísimo de un tipo insano y pernicioso, el exigir impresiones internas que no tienen base racional, y negarse a aceptar la invariable admonición bíblica a "considerar". Dios nos hizo seres pensantes, y él guía nuestra mente cuando en su presencia procuramos resolver las cosas; no de otro modo. " i Oh si fueran sabios, y si consideraran!" (Deuteronomio 32:29, VM).
SEGUNDO, falta de disposición para pensar por adelantado, y comparar las consecuencias a largo plazo de los diversos cursos de acción. El "pensar por adelantado" constituye parte de la regla divina para la vida, tanto como la regla humana para el camino. A menudo sólo podemos ver lo que es sabio y acertado (y lo que es disparatado y desacertado) cuando consideramos el resultado a largo plazos "¡Oh si fueran sabios si entendieran su postrimería!"
TERCERO, falta de disposición para aceptar consejo. La Escritura recalca esta necesidad. "El camino del necio es derecho en su opinión; mas el que obedece el consejo es sabio" (Pro. 12: 15). Es señal de engreimiento y de inmadurez rechazar el consejo ante las grandes decisiones.
Siempre hay quienes conocen la Biblia,' la naturaleza humana, y nuestras propias capacidades y limitaciones mejor que nosotros, y aun cuando al final no podamos seguir su consejo, el solo hecho de haber considerado cuidadosamente su asesoramiento habrá tenido efectos positivos.
CUARTO, falta de disposición para sospechar de uno mismo. Nos desagrada ser realistas con nosotros mismos, a pesar de que nos conocemos bien; podemos damos cuenta de cuando otros se están engañando a sí mismos, mientras que no conseguimos hacerla en nuestro propio caso. Cuando decimos que "sentimos" o "presentimos" que debemos hacer algo tenemos que estar seguros de que no estamos confundiendo la dirección divina con 10 que en realidad es un sentimiento basado en los reclamos del ego, en la falta de sobriedad, en el deseo de engrandecimiento personal, o en una tendencia de evasión. Esto resulta particularmente cierto cuando se trata de cuestiones sexuales o condicionadas por lo sexual. Como lo ha expresado un teólogo y biólogo.
La alegría y la sensación general de bienestar que con frecuencia (pero no siempre) acompaña al que está "enamorado" puede fácilmente silenciar la conciencia e inhibir el pensamiento crítico. Con cuánta frecuencia oímos decir que alguien "se siente guiado" a contraer matrimonio (y probablemente diga "el Señor ha guiado con tanta claridad"), cuando todo 10 que está describiendo realmente es un estado particularmente novedoso para él de equilibrio endocrino que le hace sentirse extremadamente confiado y feliz (O. R. Barclay, Guidance /Dirección divina, p. 29s).
Debemos preguntamos siempre por qué "sentimos" que un curso de acción particular es el que nos conviene, y, obligamos a producir razones y es aconsejable hacer participar a otra persona en cuyo consejo podemos confiar, a fin de que nos dé su veredicto sobre las razones que invocamos. También debemos orar siempre así: "Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno" (Sal. 139:23s). Jamás podremos ser demasiado desconfiados de nosotros mismos.
QUINTO, falta de disposición para deducir el magnetismo personal. Los que no han tomado plena conciencia del orgullo y del autoengaño en sí mismos no siempre pueden detectar estas cosas en otros, y de tiempo en tiempo esto ha permitido que hombres bien intencionados pero engañados, con una aptitud especial para el dramatismo en beneficio propio, logren un dominio alarmante sobre la mente y la conciencia de otras personas, las que caen bajo su influjo y dejan de juzgarlos con las normas ordinarias. Y aun cuando algún hombre capacitado y dotado de magnetismo esté consciente del peligro y procure evitarlo, no siempre logra impedir que algunos cristianos 10 traten como a un ángel, o un profeta, interpretando sus planes como dirección adecuada para ellos, y siguiendo ciegamente su guía. Pero esta no es la forma de ser guiados por Dios. No es que los hombres brillantes estén necesariamente equivocados, por supuesto, pero tampoco están necesariamente en lo cierto. Tanto ellos mismos, como sus opiniones, han de ser respetadas, pero no han de ser ido1atrados. "Examinadlo todo; retened lo bueno" (I Tel. 5: 21).
SEXTO, falta de disposición para esperar. "Espera a Jehová" es un estribillo cantante en los Salmos -consejo necesario porque frecuentemente Dios nos hace esperar. El no tiene tanto apuro como nosotros, y su modo de proceder es el de no damos más de 10 que necesitamos para el tiempo presente, o 10 que necesitamos como guía para dar un paso a la vez. Cuando estemos en duda sigamos esperando en Jehová y no hagamos nada. Cuando sea necesario, la luz necesaria vendrá.
V
Pero no se sigue que la guía acertada sea corroborada como tal por un curso libre de problemas de allí en adelante. He aquí otro motivo de grandes conflictos para muchos cristianos. Han buscado dirección y creen haberla conseguido. Se han encaminado siguiendo el curso que Dios parecía indicarles. Y ahora, como consecuencia directa, se han visto enfrentados a una serie de nuevos problemas que de otro modo no hubieran surgido: aislamiento, críticas, abandono de parte de amigos, frustraciones prácticas de todo tipo. De inmediato comienza la ansiedad. Les viene a la mente el caso del profeta Jonás, quien, cuando se le dijo que fuese al este y predicase en Nínive, tomó un barco hacia el norte, a Tarsis, "lejos de la presencia de Jehová" (Jon. 1: 3); pero sobrevino una tormenta, Jonás fue humillado delante de personas incrédulas, arrojado al mar, y tragado por un gran pez, a fin de que entrara en razón. ¿No será su propia experiencia del lado duro de la vida (se preguntan) señal de parte de Dios de que ellos también están actuando como Jonás, siguiendo, despistados, la senda de la voluntad propia antes que la de Dios? Pudiera ser así, y el hombre sabio habrá de aprovechar la ocasión para analizar la situación
Con todo cuidado frente a los nuevos problemas. Los problemas y las dificultades deben siempre ser tratados como un llamado a considerar nuestro andar, pero no son necesariamente señal de que se anda despistado: porque así como la Biblia declara en términos generales que "muchas son las aflicciones del justo" (Sal. 34: 19), también enseña en particular que el seguir regularmente la dirección de Dios puede llevar a contratiempos y angustias que de otro modo se habrían evitado. Los ejemplos abundan. Dios guió a Israel por medio de una columna de fuego y de nube que iba delante de ellos (Exo. 13:21s); pero el camino por el cual los condujo comprendía la experiencia psíquicamente agotadora del cruce del mar Rojo, prolongados días sin agua ni carne en "ese grande y terrible desierto" (Deut. 1: 19, cf. 31-33), batallas sangrientas con Alamec, Sehón, y Og (Exo. 17:8; Num. 21:21ss, 32); podemos entender, si no excusar, ,la constante murmuración de Israel (Véase Exo. 14: 10; 16:3; Num. 11:4ss; 14:3ss; 20:Jss; 21:5ss). Por otra parte, dos veces los discípulos de Jesús se encontraron con mal tiempo en el Mar de Galilea de noche (Mar. 4:37; 6:48), y en ambas oportunidades se encontraban allí por mandato de Jesús mismo (Véase Mar. 4:35; 6:45). También el apóstol Pablo atravesó Grecia "dando por cierto" del hombre de Macedonia que le apareció en sueños que "Dios nos llamaba para que les anunciásemos el evangelio" (Hec. 16: 10), pero a poco se encontró en la cárcel de Filipos. Más tarde "se propuso en espíritu [o "en el Espíritu", VHA, margen] ir a Jerusalén" (19:21), y les dijo a los ancianos de Éfeso con los que se encontró en el camino: "He aquí, ligado yo en espíritu [o "por el Espíritu", VM, margen]." y así resultó: Pablo iba a enfrentar grandes dificultades por seguir la dirección divina.
Pero esto no es todo. Para un ejemplo final y una prueba de la verdad de que seguir la guía de Dios acarrea dificultades, contemplemos la vida del Señor Jesús mismo. Ningún ser humano ha sido guiado jamás tan completamente por Dios, y con todo, ningún ser humano ha merecido en mayor medida la descripción de "hombre de dolores". La dirección divina distanció a Jesús de su familia y sus conciudadanos, lo puso en conflicto con todos los dirigentes Nacional les, religiosos y civiles, y lo condujo finalmente a la traición, el arresto, y la cruz. ¿Qué más pueden esperar los cristianos cuando se atienen a la voluntad de Dios? "El discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más que su señor. Si al padre de familia llamaron Belcebú, ¿cuánto más a los de su casa?" (Mal. 10:24s).
Según todas las reglas humanas de cálculo, la cruz fue una pérdida: la pérdida de una vida joven, de la influencia de un profeta, del potencial de un dirigente. Conocemos el secreto de su significado y de su triunfo sólo gracias a las propias declaraciones de Dios. De igual modo, la vida dirigida del cristiano puede aparecer como pérdida, como el caso de Pablo, que pasó años en la prisión porque siguió la dirección de Dios que lo llevó a Jerusalén cuando podía haber estado evangelizando Europa todo ese tiempo. Dios no nos cuenta siempre el porqué ni el para qué de las frustraciones y pérdidas que son parte integrante de la vida guiada por él.
Las primeras experiencias de Elizabeth Elliot, viuda y biógrafa del misionero martirizado que fuera su esposo, ejemplifican esto en forma notable. Confiando en la dirección de Dios se dirigió a una tribu ecuatoriana para reducir su lengua a forma escrita a fin de que se pudiese traducir la Biblia a dicha lengua. La única persona que podía o quería ayudada era un creyente de habla hispana que vivía en la tribu, pero antes de que hubiese transcurrido un mes el hombre fue muerto de un tiro en una discusión. Durante ocho meses ella siguió luchando con el idioma virtualmente sin ayuda. Luego se mudó a otro campo de labor, dejando todo su archivo con el material lingüístico en manos de sus colegas a fin de que ellos pudieran continuar la tarea. Antes de los quince días supo que el archivo había sido robado. No existían copias; todo el trabajo había sido en vano. Este, humanamente hablando, era el fin de la historia. Dice ella:
Sólo pude inclinar la cabeza ante el reconocimiento de que Dios es su propio intérprete. Tenemos que permitir que Dios haga lo que quiere hacer. Y si tú piensas que conoces la voluntad de Dios para tu vida y estás ansioso por cumplirla, probablemente te despiertes a la realidad en forma sumamente brusca, porque nadie conoce la voluntad de Dios para su vida (tomado de la revista Eternity, enero de 1969, p. 18).
Así es. Tarde o temprano la dirección divina, que nos saca de las tinieblas para trasladamos a la luz, también nos llevará en sentido inverso, de la luz a las tinieblas. Es parte del camino de la cruz.
VI
Si veo que he metido el automóvil en un pantano, debo darme cuenta de que he errado el camino. Pero este conocimiento no sería un gran consuelo si tuviera que quedarme allí y ver que el vehículo se hunde y desaparece: el daño ya estaría hecho, y ahí terminaría la cosa. ¿Es lo mismo cuando el cristiano se despierta a la realidad de que ha interpretado mal la dirección divina y se ha descaminado? ¿Es irreparable el daño? ¿Tendría que quedarse así toda la vida? Gracias a Dios que no. Nuestro Dios es un Dios que no sólo restaura sino toma nuestros errores y estupideces en sus manos, los incorpora en sus planes para nosotros, y les saca provecho. Esto constituye parte de la maravilla de su misericordiosa soberanía. "Os restituiré, y alabaréis el nombre de Jehová vuestro Dios, el cual hizo maravillas con vosotros" (Jl. 2: 25s). El Jesús que restauró a Pedro después de su negación, y corrigió su curso más de una vez después de aquella ocasión (Véase Hch. 10, Gal. 2: 11-14), es nuestro Salvador hoy, y no ha cambiado. Dios no solamente transforma la ira del hombre en alabanza para él sino también las desventuras del cristiano.

Recientemente me llegó una carta de un ministro del evangelio que se ha sentido obligado a dejar su congregación y su denominación, y que ahora, como Abraham, sale sin saber a dónde va. En su carta cita parte de un himno de Charles Wesley sobre la soberanía y la certidumbre de la dirección divina. Esa es la nota con la que quiso terminar. La dirección divina, como todos los actos de bendición de Dios bajo el pacto de la gracia, es un acto soberano. No sólo quiere Dios guiamos en el sentido de mostramos sus caminos, a fin de que andemos por ellos, sino también guiamos en el sentido más fundamental de asegurar que, ocurra lo que ocurriere, cualesquiera sean los errores que cometamos, llegaremos a destino sanos y salvos. Habrá caídas y distracciones, no cabe duda, pero los eternos brazos nos sostendrán; seremos rescatados y restaurados. Esta es la promesa de Dios; así es su bondad. Aparece, pues, que el contexto adecuado para discutir la cuestión de la dirección divina es la confianza en el Dios que no permitirá que nuestra alma se arruine. Por lo tanto, nuestra preocupación en esta discusión debiera estar centrada más en su gloria que en nuestra seguridad, pues esto último está ya resuelto. Y la desconfianza en nosotros mismos, si bien nos mantiene humildes, no debe empañar el gozo de apoyamos en nuestro Señor y Protector -ese Dios nuestro que se mantiene fiel a su pacto. He aquí las líneas de Wesley: Capitán de las huestes de Israel y Guía de todos los que buscan el país celestial, bajo tu sombra nos cobijamos, la nube de tu amor protector; nuestra fuerza es tu gracia; nuestra regla tu Palabra; nuestro fin la gloria del Señor. Y he aquí la conclusión del asunto, en palabras de Joseph Hart: Es Jesús, el primero y el último, cuyo Espíritu nos guiará salvos a nuestro hogar; lo alabaremos por todo lo pasado, y confiaremos en él para todo lo venidero.