EL ESTUDIO DE DIOS

I

El 7 de enero de 1855 el pastor de la capilla de New Park Street, Southwark, Inglaterra, inició su sermón matutino con las siguientes palabras:
Alguien ha dicho que "el estudio apropiado de la humanidad es el hombre". No vaya negar este concepto, pero pienso que es igualmente cierto que el estudio apropiado para los elegidos de Dios es Dios mismo; el estudio apropiado para el cristiano es la Deidad. La ciencia más elevada, la especulación más encumbrada, la filosofía más vigorosa, que puedan jamás ocupar la atención de un hijo de Dios, es el nombre, la naturaleza, la persona, la obra, los hechos, y la existencia de ese gran Dios a quien llama Padre.
En la contemplación de la Divinidad hay algo extraordinariamente beneficioso para la mente. Es un tema tan vasto que todos nuestros pensamientos se pierden en su inmensidad; tan profundo, que nuestro orgullo se hunde en su infinitud. Cuando se trata de otros temas podemos abarcarlos y enfrentarlos; sentimos una especie de autosatisfacción al encararlos, y podemos seguir nuestro camino con el pensamiento de que "he aquí que soy sabio". Pero cuando nos damos con esta ciencia por excelencia y descubrimos que nuestra plomada no puede sondear su profundidad, que nuestro ojo de águila no puede percibir su altura, nos alejamos con el pensamiento de que el hombre vano quisiera ser sabio, pero que es como el pollino salvaje; y con la solemne exclamación de que "soy de ayer, y nada sé". Ningún tema de contemplación tenderá a humillar a la mente en mayor medida que los pensamientos de Dios.
Más, si bien el tema humilla la mente, al propio tiempo la expande. El que con frecuencia piensa en Dios, tendrá una mente más amplia que el hombre que se afana simplemente por lo que le ofrece este mundo estrecho. El estudio más excelente para ensanchar el alma es la Ciencia de Cristo, y este crucificado, y el conocimiento de la deidad en la gloriosa Trinidad. Nada hay que desarrolle tanto el intelecto, que magnifique tanto el alma del hombre, como la investigación devota, sincera, y continua del gran tema de la Deidad.
Además, a la vez que humilla y ensancha, este tema tiene un efecto eminentemente consolador. La contemplación de Cristo proporciona un bálsamo para toda herida; la meditación sobre el Padre proporciona descanso de toda' aflicción; y en la influencia del Espíritu Santo hay bálsamo para todo mal. ¿Quieres librarte de tu dolor? ¿Quieres ahogar tus preocupaciones? Entonces ve y zambúllete en lo más profundo del mar de la Deidad; piérdete en su inmensidad; y saldrás de allí como a levantarte de un lecho de descanso, renovado y fortalecido. No conozco nada que sea tan consolador para el alma, que apacigüe las crecientes olas del dolor y la aflicción, que proporcione paz ante los vientos de las pruebas, como la ferviente reflexión sobre el tema de la Deidad. Invito a los presentes a considerar dicho tema esta mañana.
Las palabras que anteceden, dichas hace más de un siglo por C. H. Spurgeon (que en esa época, increíblemente, tenía sólo veinte años de edad) eran ciertas entonces y siguen siéndolo hoy. Ellas constituyen un prefacio adecuado para una serie de estudios sobre la naturaleza y el carácter de Dios.
II
"Pero espere un momento -dice alguien-, contésteme esto: ¿Tiene sentido realmente nuestro viaje? Ya sabemos que en la época de Spurgeon a la gente le interesaba la teología, pero a mí me resulta aburrida. ¿Por qué vamos a dedicarle tiempo en el día de hoy al tipo de estudio que usted nos propone? ¿No le parece que el laico, por de pronto, puede arreglárselas sin él? Después de todo, ¡estamos en el año 1979, no en l855!"
La pregunta viene al caso, por cierto; pero creo que hay una respuesta convincente para la misma. Está claro que el interlocutor de referencia supone que un estudio sobre la naturaleza y el carácter de Dios ha de ser impráctico e irrelevante para la vida. En realidad, sin embargo, se trata del proyecto más práctico que puede encarar cualquiera. El conocimiento acerca de Dios tiene una importancia crucial para el desarrollo de nuestra vida. Así como sería cruel trasladar a un aborigen del Amazonas directamente a Londres, depositarlo sin explicación alguna en la plaza de Trafalgar, y allí abandonarlo, sin conocimiento de la lengua inglesa ni de las costumbres inglesas, para que se desenvuelva por su cuenta, así también somos crueles para con nosotros mismos cuando intentamos vivir en este mundo sin conocimiento de ese Dios cuyo es el mundo y al que él dirige. Para los que no saben nada en cuanto a Dios, este mundo se torna en un lugar extraño, loco y penoso, y la vida en él se hace desalentadora y desagradable. El que descuida el estudio de Dios se sentencia a sí mismo a transitar la vida dando tropezones y errando el camino como si tuviera los ojos vendados, por así decido, sin el necesario sentido de dirección y sin comprender lo que ocurre a su alrededor. Quien obra de este modo ha de malgastar su vida y perder su alma.
Teniendo presente, pues, que el conocimiento de Dios vale la pena, nos preparamos para comenzar. Más, ¿por dónde hemos de empezar? Evidentemente tenemos que iniciar el estudio desde donde estamos. Esto, sin embargo, significa metemos en la tormenta, por cuanto la doctrina de Dios constituye foco tormentoso en el día de hoy. El denominado "debate sobre Dios", con sus lemas tan alarmantes -"nuestra imagen de Dios debe desaparecer"; "Dios ha muerto"; "podemos cantar el credo pero no podemos decirlo" - se agita por todas partes. Se nos afirma que la fraseología cristiana, como la han practicado históricamente los creyentes, es una especie de disparate refinado, y que el conocimiento de Dios está en realidad vacío de contenido. Los esquemas de enseñanza que profesan tal conocimiento se catalogan de anticuados y se descartan -"el calvinismo", "el fundamentalismo", "el escolasticismo protestante", "la vieja ortodoxia". ¿Qué hemos de hacer? Si postergamos el viaje hasta que haya pasado la tormenta, quizá nunca lleguemos a comenzarlo. Yo propongo lo siguiente. El lector recordará la forma en que el peregrino de Bunyan se tapó los oídos con los dedos y siguió corriendo, exclamando: " Vida, Vida, Vida Eterna " cuando su mujer y sus hijos lo llamaban para que abandonase el viaje que estaba iniciando. Yo le pido al lector que por un momento se tape los oídos para no escuchar a los que les dicen que no hay camino que lleve al conocimiento de Dios, y que inicie el viaje conmigo para ver por sí mismo. Después de todo, las apariencias pueden ser engañosas, y el que transita un camino reconocido no se molestará mayormente si oye que los que no lo hacen se dicen unos a otros que no existe tal camino.
Tormenta o no, por lo tanto, nosotros vamos a comenzar. Empero, ¿cómo trazamos la ruta que hemos de seguir?
La ruta la determinarán cinco afirmaciones básicas, cinco principios fundamentales relativos al conocimiento sobre Dios que sostienen los cristianos. Son los que siguen:
1. Dios ha hablado al hombre, y la Biblia es su palabra, la que nos ha sido dada para abrir nuestros entendimientos a la salvación.
2. Dios es Señor y Rey sobre su mundo; gobierna por sobre todas las cosas para su propia gloria, demostrando sus perfecciones en todo lo que hace, a fin de que tanto hombres como ángeles le rindan adoración y alabanza.
3. Dios es Salvador, activo en su amor soberano mediante el Señor Jesucristo con el propósito de rescatar a los creyentes de la culpa y el poder del pecado, para adoptarlos como hijos, y bendecirlos como tales.
4. Dios es trino y uno; en la Deidad hay tres personas, Padre, Hijo, y Espíritu Santo; yen la obra de salvación las tres personas actúan unidas, el Padre proyectando la salvación, el Hijo realizándola, y el Espíritu aplicándola.
5. La santidad consiste en responder a la revelación de Dios con confianza y obediencia, fe y adoración, oración y alabanza; sujeción y servicio. La vida debe verse y vivirse a la luz de la Palabra de Dios. Esto, y nada menos que esto, constituye la verdadera religión.
A la luz de estas verdades generales y básicas, vamos a examinar a continuación lo que nos muestra la Biblia sobre la naturaleza y el carácter del Dios del que hemos estado hablando. Nos hallamos en la posición de viajeros que, luego de observar una gran montaña a la distancia, de rodearla y de comprobar que domina todo el panorama y que determina la configuración de la campiña que la rodea, se dirigen directamente hacia ella con la intención de escalarla.
III
¿Qué entraña la ascensión? ¿Cuáles son los temas que nos ocuparán?
Tendremos que estudiar la Deidad de Dios. Las cualidades de la Deidad que separan a Dios de los hombres, y determinan la diferencia y la distancia que existen entre el Creador y sus criaturas, cualidades tales como su existencia autónoma, su infinitud, su eternidad, su inmutabilidad. Tendremos que considerar los poderes de Dios: su omnisciencia, su omnipresencia, su carácter todopoderoso. Tendremos que referimos a las perfecciones de Dios, los aspectos de su carácter moral que se manifiestan en sus palabras y en sus hechos: su santidad, su amor y misericordia, su veracidad, su fidelidad, su bondad, su paciencia, su justicia. Tendremos que tomar nota de lo que le agrada, lo que le ofende, lo que despierta su ira, lo que le da satisfacción y gozo.
Para muchos de nosotros se trata de temas relativamente poco familiares. No lo fueron siempre para el pueblo de Dios. Tiempo hubo en que el tema de los atributos de Dios (como se los llamaba) revestía tal importancia que se lo incluía en el catecismo que todos los niños de las iglesias debían aprender y que todo miembro adulto debía conocer. Así, a la cuarta pregunta en el Catecismo Breve de Westminster, "¿Qué es Dios?", la respuesta rezaba de este modo: "Dios es espíritu, infinito, eterno, e inmutable en su ser, sabiduría, poder, santidad, justicia, bondad, y verdad", afirmación que el gran Charles Hodge describió como "probablemente la mejor definición de Dios que jamás haya escrito el hombre". Pocos son los niños de hoy en día, con todo, que estudian el Catecismo Breve de Westminster, y pocos son los fieles modernos que habrán escuchado una serie de sermones sobre el carácter de la divinidad parecidos a los voluminosos Discourses on the Existence and Attributes 0f God (Discursos sobre la existencia y los atributos de Dios) de Chamock dados en 1682. Igualmente, son pocos los que habrán leído algo sencillo y directo sobre la naturaleza de Dios, por cuanto poco es lo que se ha escrito sobre el mismo últimamente. Por lo tanto hemos de suponer que una exploración de los temas mencionados nos proporcionará muchos elementos nuevos para la meditación, y muchas ideas nuevas para considerar y digerir.
IV
Por esta misma razón debemos detenemos, antes de comenzar el ascenso de la montaña, para hacemos una pregunta sumamente importante; pregunta que, ciertamente, siempre deberíamos hacemos cada vez que comenzamos cualquier tipo de estudio del Santo Libro de Dios. La pregunta se relaciona con nuestros propios motivos e intenciones al encarar el estudio. Necesitamos preguntamos: ¿Cuál es mi meta Última, mi propósito, al dedicarme a pensar en estas cosas? ¿Qué es 10 que pienso hacer con mi conocimiento acerca de Dios, una vez que lo haya adquirido? Porque el hecho que tenemos que enfrentar es el siguiente: que si buscamos el conocimiento teológico por lo que es en sí mismo, terminará por resultamos contraproducente. Nos hará orgullosos y engreídos.
La misma grandeza del tema nos intoxicará, y tenderemos a sentimos superiores a los demás cristianos, en razón del interés que hemos demostrado en él y de nuestra comprensión del mismo; tenderemos a despreciar a las personas cuyas ideas teológicas nos parezcan toscas e inadecuadas, y a despacharlas como elementos de muy poco valor. Porque como les dijo Pablo a los ensoberbecidos Corintios: "El conocimiento envanece... si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saberlo" (I COL 8: 1 a, 2). Si adquirir conocimientos teológicos es un fin en sí mismo, si estudiar la Biblia no representa un motivo más elevado que el deseo de saber todas las respuestas, entonces nos veremos encaminados directamente a un estado de engreimiento y autoengaño. Debemos cuidar nuestro corazón a fin de no abrigar una actitud semejante, y orar para que ello no ocurra. Como ya hemos visto, no puede haber salud espiritual sin conocimiento doctrinal; pero también es cierto que no puede haber salud espiritual con dicho conocimiento si se 10 procura con fines errados y se lo estima con valores equivocados. En esta forma el estudio doctrinal puede realmente tornarse peligroso para la vida espiritual, y nosotros hoy en día, en igual medida que los corintios de la antigüedad, tenemos que estar en guardia a fin de evitar dicho peligro.
Empero, dirá alguien, ¿acaso no es un hecho que el amor a la verdad revelada de Dios, y un deseo de saber todo lo que se pueda, es lo más lógico y natural para toda persona que haya nacido de nuevo? ¿Qué nos dice el Salmo 119? - "enséñame tus estatutos"; "abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley"; "¡oh, cuánto amo yo tu ley! ", "¡cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca"; "dame entendimiento para conocer tus testimonios" (vv. 12, 18, 97, 103,125). ¿Acaso no anhela todo hijo de Dios, junto con el salmista, saber todo lo que puede acerca de su Padre celestial? ¿Acaso no es el hecho de que "recibieron el amor de la verdad" de este modo prueba de que han nacido de nuevo? (Véase 2ª  Tes. 2: 10). ¿Y acaso no está bien el procurar satisfacer en la mayor medida posible este anhelo dado por Dios mismo?
Claro que lo está, desde luego. Pero si miramos nuevamente lo que dice el Salmo 119, veremos que lo que anhelaba el salmista era adquirir un conocimiento no teórico sino práctico acerca de Dios. Su anhelo supremo era el de conocer a Dios mismo y deleitarse en él, y valorar el conocimiento sobre Dios simplemente coma un medio para ese fin. Quería entender las verdades divinas con el fin de que su corazón pudiera responder a ellas y que su vida se fuese conformando a ellas. Observamos lo que se destaca en los versículos iníciales: "Bienaventurados los perfectos de camino, los que andan en la ley de Jehová. Bienaventurados los que guardan sus testimonios, y con todo el corazón le buscan. ¡Ojala fuesen ordenados mis caminos para guardar tus estatutos!" (vv. 1, 2, 5).Le interesaban la verdad y la ortodoxia, la enseñanza bíblica y la teología, pero no Como fines en sí mismas sino como medios para lograr las verdaderas metas de la vida y la santidad. Su preocupación central era acerca del conocimiento y el servicio del gran Dios cuya verdad procuraba entender.
Esta debe ser también nuestra actitud. Nuestra meta al estudiar la Deidad debe ser la de conocer mejor a Dios mismo. Debe interesamos ampliar el grado de acercamiento no sólo a la doctrina de los atributos de Dios sino al Dios vivo que los ostenta. Así como él es el tema de nuestro estudio, y el que nos ayuda en ello, también debe ser él el fin del mismo. Debemos procurar que el estudio de Dios nos lleve más cerca de él. Con este fin se dio la revelación, y es a este fin que debemos aplicada. ¿Cómo hemos de lograr esto? ¿Cómo podemos transformar el conocimiento acerca de Dios en conocimiento de Dios? La regla para llegar a ello es exigente, pero simple. Consiste en que transformemos todo lo que aprendemos acerca de Dios en tema de meditación delante de Dios, seguido de oración y alabanza a Dios.
Quizá tengamos alguna idea acerca de lo que es la oración, pero no en cuanto a lo que es la meditación. Es fácil que así sea por cuanto la meditación es un arte que se ha perdido en el día de hoy, y los creyentes sufren gravemente cuando ignoran dicha práctica. La meditación es la actividad que consiste en recordar, en pensar, y en reflexionar sobre todo lo que uno sabe acerca de las obras, el proceder, los propósitos, y las promesas de Dios, y aplicado todo a uno mismo. Es la actividad del pensar consagrado, que se realiza conscientemente en la presencia de Dios, a la vista de Dios, con la ayuda de Dios, y como medio de comunión con Dios. Tiene como fin aclarar la visión mental y espiritual que tenemos de Dios y permitir que la verdad de la misma haga un impacto pleno y apropiado sobre la mente y el corazón. Se trata de un modo de hablar consigo mismo sobre Dios y lino mismo; más aun, con frecuencia consiste en discutir con uno mismo, a fin de librarse de un espíritu de duda, de incredulidad, para adquirir una clara aprehensión del poder y la gracia de Dios.

Tiene como efecto invariable el humillamos, cuando contemplamos la grandeza y la gloria de Dios, y nuestra propia pequeñez y pecaminosidad, como también alentamos y damos seguridad "consolarnos", para emplear el vocablo en el antiguo sentido bíblico del mismo- mientras contemplamos las inescrutables riquezas de la misericordia divina desplegadas en el Señor Jesucristo. Estos son los puntos que destaca Spurgeon en el párrafo de su sermón citado al comienzo de este capítulo, y son reales y verdaderos. En la medida en que vamos profundizando más y más esta experiencia de ser humillados y exaltados, aumenta nuestro conocimiento de Dios, y con él la paz, la fortaleza y el gozo. Dios nos ayuda, por lo tanto, a transformar nuestro conocimiento acerca de Dios de este modo, a fin de que realmente podamos decir que "conocemos al Señor".