EL AMOR DE DIOS

I

La declaración que San Juan repite dos veces, "Dios es amor" (1 Juan 4:8,16), es una de las expresiones más formidables de la Biblia - y también una de las que más se han interpretado mal. Alrededor de ella se han tejido ideas falsas como una cerca de espinas, ocultando de la vista su verdadero significado, y no resulta nada fácil atravesar esta maraña de maleza mental. Mas el esfuerzo mental que ello requiere resulta más que compensado cuando el verdadero sentido de dichos versículo s se hace claro al alma del creyente. Los que escalan una montaña no se quejan del esfuerzo una vez que contemplan el panorama que se ve desde la cima.
Felices, por cierto, los que pueden decir, como dice Juan en las palabras que preceden al segundo "Dios es amor", "nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros" (v. 16). Conocer el amor de Dios equivale realmente a tener el cielo en la tierra. El Nuevo Testamento expone este conocimiento no como un privilegio para unos pocos favorecidos sino como parte normal de la experiencia cristiana corriente, algo de lo cual únicamente el que no disfruta de buena salud espiritual o el que ostenta una mala formación espiritual ha de carecer. Cuando Pablo dice, "el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado" (Rom. 5:5), no quiere decir el amor hacia Dios, como pensaba Agustín, sino el conocimiento del amor de Dios hacia nosotros. Y aun cuando no conocía a los cristianos de Roma a quienes escribía, daba por sentado que lo que les decía había de ser tan real en ellos como lo era en él.
Tres puntos en las palabras de Pablo merecen comentario. Primero, notemos el verbo "derramado". Significa literalmente eso. Es el vocablo que se emplea al hablar del "derramamiento" del Espíritu Santo en Hechos 2: 17,18,33; 10:45; Tit. 3:6. Sugiere un fluir libre y una gran cantidad, es decir, una inundación. De allí la traducción que adopta la New English Bible: "El amor de Dios ha inundado lo más profundo de nuestro corazón." Pablo no se refiere a impresiones inciertas y caprichosas, sino a impresiones profundas y sobrecogedoras.
Luego, en segundo lugar, notemos el tiempo del verbo. Es el tiempo perfecto, lo cual indica un estado permanente resultante de una acción completada. La idea es la de que el conocimiento del amor de Dios, habiendo inundado nuestro corazón, ahora lo mantiene colmado, del mismo modo en que un valle que ha sido inundado permanece lleno de agua. Pablo da por supuesto que todos sus lectores, como él mismo, viven disfrutando de un sentido fuerte y perdurable del amor de Dios en ellos.
Tercero, notemos que se considera que parte del ministerio regular del Espíritu para con los que reciben a Cristo consiste en impartirles dicho conocimiento, esto es, a todos los que nacen de nuevo, todos los verdaderos creyentes. Sería de desear que este aspecto del ministerio del Espíritu fuese apreciado más altamente de lo que pareciera serio en nuestros días. Con una perversidad que resulta tan patética como lo es empobrecedora, nos hemos vuelto obsesivos hoy en día con los ministerios esporádicos y no universales del Espíritu, en detrimento de sus ministerios corrientes y generales. Por ejemplo, mostramos mucho más interés en los dones de curación y de lenguas -dones que, como lo indicó Pablo, no son ciertamente para todos los cristianos (I Cor. 12:28-30)- que en la obra corriente del Espíritu de impartir paz, gozo, esperanza, y amor mediante el derramamiento en nuestro corazón del conocimiento del amor de Dios. Y, sin embargo, este último aspecto es mucho más importante que el otro. A los corintios, que habían dado por sentado que cuanto más hablaran en lenguas tanto mejor, y tanta más piedad demostrarían también, Pablo tuvo que recalcarles insistentemente que sin amor -santificación, semejanza a Cristo- las lenguas no valían absolutamente nada (I Cor. 13: 1).
Seguramente que encontraría razón suficiente para emitir una amonestación similar en la actualidad. Resultaría trágico que el anhelo de avivamiento que se evidencia en la actualidad en muchas partes se desvirtuase metiéndose en el callejón sin salida de un nuevo brote de corintianismo. Lo mejor que les podía desear Pablo a los efesios en relación con el Espíritu era el que pudiese continuar con ellos el ministerio descrito en Romanos 5:5 con creciente poder, llevándolos a un conocimiento más y más profundo del amor de Dios en Cristo. La versión de Efesios 3: 14ss que ofrece la versión del Nuevo Testamento realizada por Felipe de Fuenterrabía dice así: "Doblo mis rodillas ante el Padre... El os conceda... ser vigorizados por la acción de su espíritu para robustecimiento de vuestro hombre interior... Así ... podréis en unión con todos los fieles comprender cuál es la anchura y largura, la altura y profundidad, y conocer la caridad en Cristo que excede todo conocimiento ... " El avivamiento consiste en que Dios restaure en el seno de una iglesia moribunda, de un modo fuera de lo común, las normas de vida y experiencia cristianas que para el Nuevo Testamento son enteramente comunes; y la actitud adecuada del que desea el avivamiento se ha de expresar, no en la apetencia del don de lenguas (en última instancia no tiene ninguna importancia si hablamos en lenguas o no) sino más bien en un ferviente anhelo de que el Espíritu derrame el amor de Dios en nuestro corazón con más poder. Porque es con esto con lo que comienza el avivamiento personal, y es por medio de esto que el avivamiento en la iglesia, una vez iniciado, se mantiene.
Nuestro objetivo en este capítulo es el de mostrar la naturaleza del amor divino que el Espíritu derrama. Con este fin concentramos la atención en esa gran aseveración de Juan de que Dios es amor: que, en otras palabras, el amor que Dios muestra para con el hombre, y que los cristianos conocen y en el que se regocijan, es una revelación de su propio ser interior. Nuestro tema nos introducirá en el misterio de la naturaleza de Dios en la medida en que puede profundizarlo el hombre, y mucho más de lo que hemos logrado hacerla en los estudios anteriores. Cuando consideramos la sabiduría de Dios vimos algo de su pensamiento; pero ahora, al contemplar su amor, hemos de introducimos en su corazón. Estaremos pisando tierra santa; necesitamos la gracia de la reverencia, a fin de que podamos pisada sin pecar.
II
Dos comentarios generales sobre la declaración de Juan aclararán el camino que tenemos por delante.

1. LA EXPRESIÓN "DIOS ES AMOR" NO ENCIERRA LA VERDAD TOTAL ACERCA DE DIOS EN LO QUE RESPECTA A LA BIBLIA.

No se trata de una definición abstracta y aislada sino de un resumen, desde el punto de vista del creyente, de lo que toda la revelación que aparece en la Escritura nos dice acerca de su Autor. Esta afirmación presupone todo el resto del testimonio bíblico acerca de Dios. El Dios del que habla Juan es el Dios que hizo el mundo, el que lo juzgó con el diluvio, el que llamó a Abraham y lo hizo nación, el que castigó al pueblo del Antiguo Testamento mediante su conquista, cautiverio, y exilio, el que envió a su Hijo a salvar al mundo, el que desechó al Israel incrédulo, el que poco antes de que Juan escribiese destruyó a Jerusalén, y el que algún día habrá de juzgar al mundo con justicia. Es este Dios, dice Juan, el que es amor. Es perverso citar la declaración de Juan, como lo hacen algunos, como si con ella pusiera en tela de juicio el testimonio bíblico de la severidad de la justicia de Dios. No es posible argumentar que un Dios que es amor no puede ser al mismo tiempo un Dios que condena y castiga la desobediencia; porque es precisamente del Dios que hace estas cosas que habla Juan.
Si hemos de evitar el entender mal la declaración de Juan, debemos tomarla juntamente con otras dos declaraciones importantes y de forma gramatical exactamente igual que encontramos en otras partes de sus escritos, y ambas, resulta interesante notarlo, tomadas directamente de Cristo. La primera procede del evangelio de Juan. Se trata de las propias palabras de nuestro Señor dirigidas a la mujer samaritana, de que "Dios es espíritu" (Juan 4:24, VM, BJ, etc.; la versión "Dios es un espíritu, es incorrecta). [La RVR tiene "Espíritu" con mayúscula - N. del Trad.] La segunda se encuentra en el comienzo de la epístola donde aparece la de "Dios es amor". Juan la ofrece como una síntesis del "mensaje que hemos oído de él [Jesús], y os anunciamos", y es este, que "Dios es luz" (I Juan 1: 5). La afirmación de que Dios es amor tiene que ser interpretada a la luz de lo que estas otras dos afirmaciones nos enseñan, y nos convendrá analizarlas brevemente a continuación.
"Dios es espíritu." Cuando nuestro Señor dijo esto estaba tratando de desengañar a la mujer samaritana en cuanto a la idea de que sólo puede haber un lugar verdadero para adorar, como si Dios estuviera de 'algún modo reducido a algún lugar en particular. "Espíritu" contrasta con "carne"; la cuestión que Cristo señala es la de que mientras que el hombre, por ser "carne", sólo puede estar presente en un solo lugar a la vez, Dios, por ser "espíritu", no está limitado de la misma manera. Dios es inmaterial, incorpóreo, y por lo tanto no es el localizado. Así (prosigue Cristo), la condición verdadera para la adoración aceptable no es la de que se tenga los pies ya sea en Jerusalén o en Samaria, ni en ningún otro lado, para el caso, sino que el corazón sea receptivo y que responda a su revelación. "Dios es espíritu; y los que le adoran, es menester que le adoren en espíritu y en verdad" (VM).
El primero de los Treinta y nueve Artículos, de la Iglesia Anglicana, aclara aun más el sentido de la "espiritualidad" (como le llama el libro) de Dios mediante la aseveración algo extraña de que él es "sin cuerpo, ni partes, ni pasiones". Mediante estas negaciones se está expresando algo sumamente positivo. Dios no tiene cuerpo, por lo tanto, como  acabamos de decir, está libre de todas las limitaciones de espacio, y distancia, y es omnipresente. Dios no tiene partes, esto significa que su personalidad, poderes, y cualidades están perfectamente integrados, de tal modo que nada hay en él que pueda sufrir alteraciones. Con él "no cabe variación, ni sombra que resulte de cambio alguno" (San. 1: 17, VHA). Por ello está enteramente libre de todas las limitaciones de tiempo y de procesos naturales, y se mantiene eternamente el mismo. Dios no tiene pasiones, esto no significa que no sienta (que sea impasible), o que no haya en él nada que corresponda a nuestras emociones y afectos, sino que, en tanto que las pasiones humanas -especialmente las dolorosas, el temor, la pena, la compunción, la desesperación- son, en cierto sentido, pasivas e involuntarias, que responden a circunstancias fuera de nuestro control, las actitudes correspondientes en Dios tienen el carácter de elecciones deliberadas y voluntarias, y por lo tanto 110 son en absoluto del mismo orden que las pasiones humanas.
De manera que el amor del Dios que es espíritu no es algo caprichoso y fluctuante, como lo es el amor del hombre, ni es tampoco un mero anhelar impotente por cosas que pueden no ser nunca; es, más bien, una determinación espontánea del ser total de Dios manifestada en una actitud de benevolencia y favor, una actitud libremente elegida, y firmemente establecida. No hay inconsecuencias ni vicisitudes en el amor del todopoderoso Dios que es espíritu. Su amor "fuerte es como la muerte. Nada puede separarla de aquellos a quienes una vez ha abrazado" (Rom. 8:35-9).
Mas, se nos afirma, el Dios que es espíritu es también "luz". Juan hizo esta declaración contra ciertos cristianos profesantes que habían perdido contacto con las realidades morales y que afirmaban que nada de lo que pudieran hacer ellos constituía pecado. La fuerza de las palabras de Juan surge de la frase siguiente: "Y no hay ningunas tinieblas en él." "Luz" significa santidad y pureza, medidas con la ley de Dios; "tinieblas" significa perversidad moral e iniquidad, medidas con la misma ley (cf. 1 Juan 2: 7 -11: 3: 10). Lo que Juan quiere decir es que solamente los que "andan en luz", procurando ser como Dios en santidad y justicia de vida, y evitando todo lo que no sea consecuente con ello, disfrutando de comunión con el Padre y el Hijo; los que "andan en tinieblas", sea lo que fuere lo que afirman en cuanto a sí mismos, son extraños a dicha relación (v. 6s).
De manera que el Dios que es amor es; primero y principalmente, luz, y las ideas sentimentales de que su amor sea blandura indulgente y benevolente, divorciado de toda norma y consideración morales, debe quedar excluida de entrada. El amor de Dios es un amor santo. El Dios a quien Jesús dio a conocer no es un Dios que sea indiferente a las distinciones morales, sino un Dios que ama la justicia y odia la iniquidad, un Dios cuyo ideal para sus hijos es el de que sean "perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto" (Mal. 5:48). Dios no recibe a ninguna persona, por ortodoxa que sea en su manera de pensar, que no siga el camino de la santidad en su vida, y a aquellos a los cuales acepta los somete a una drástica disciplina con el fin de que alcancen lo que buscan. "El Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo... para lo que nos es provechoso, para que participemos en su santidad... Da fruto [la disciplina] apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados" (Heb. 12:6-11). El amor de Dios es severo, porque es expresión de santidad en el que ama y procura la santidad de aquel a quien ama. La Escritura no nos permite suponer que porque Dios es amor podemos pedirle que conceda felicidad a quienes no buscan la santidad, o que proteja del peligro a los que ama cuando sabe que no necesitan afligirse más por su santificación.

2. LA EXPRESIÓN "DIOS ES AMOR" ES TODA LA VERDAD ACERCA DE DIOS POR LO QUE CONCIERNE AL CRISTIANO.

Decir que "Dios es luz" equivale a decir que la santidad de Dios encuentra expresión en todo lo que dice y hace. Semejantemente, la afirmación de que "Dios es amor" significa que su amor encuentra expresión en todo cuanto hace y dice. El conocimiento de que esto es así para él personalmente es el consuelo supremo del cristiano. Como creyente, encuentra en la cruz de Cristo seguridad de que él, como individuo, es amado por Dios; "el Hijo de Dios... me amó y se entregó a sí mismo por mí (Gal. 2:20). Sabiendo esto, puede el creo yente aplicar a sí mismo la promesa de que todas las cosas obran para el bien de los que aman a Dios y que son llamados según su propósito (Rom. 8:28). ¡No se trata de algunas cosas, nótese, sino de todas las cosas! Cada una de las cosas que, sin excepción alguna, le ocurren, expresa el amor de Dios hacia él. Por lo tanto, por lo que a él concierne, Dios es amor para él amor santo y omnipotente- en todo momento y en todo acontecimiento de su vida diaria. Incluso cuando no puede ver el cómo ni el porqué del proceder de Dios, sabe que el amor está en ello, de modo que puede regocijarse siempre, incluso cuando, hablando humanamente, las cosas andan mal. Sabe que la verdadera historia de su vida, cuando se conozca, será una vida, como lo dice el himno, de "misericordia de comienzo a fin -y esto lo satisface plenamente.
III
Pero hasta ahora todo lo que hemos hecho es circunscribir el amor de Dios, mostrando en términos generales cómo y cuándo funciona, y esto no basta. ¿Qué es, esencialmente?, nos preguntamos. ¿Cómo hemos de definirlo y analizarlo? Para responder a esta pregunta la Biblia desarrolla un concepto de Dios que podemos formular de la siguiente manera:
El amor de Dios es un ejercicio de su bondad para con los pecadores individuales, por el cual, habiéndose identificado con el bienestar de los mismos, ha dado a su Hijo para que fuese su Salvador, y ahora los induce a conocerlo y a gozarse en él en una relación basada en un pacto.
Expliquemos las partes constituyentes de esta definición.

1. EL AMOR DE DIOS ES UN EJERCICIO DE SU BONDAD

Por la bondad de Dios la Biblia entiende su generosidad cósmica. La bondad en Dios, escribe Berkhof, es "esa perfección en Dios 'que lo lleva a tratar generosamente y amablemente a todas sus criaturas. Es el afecto que el Creador siente hacia sus criaturas conscientes como tales" (Systematic Theology, p. 70 Grand Rapids, Michigan, EE.UU.; T.E.L.L., 1969; citando Salmo 145:9, 15,16; cf. Lucas 6:26; Hechos 14:17). De esta bondad el amor de Dios es la manifestación suprema y más gloriosa. "Generalmente, el amor -escribió James Orr- es ese principio que lleva a un ser moral a desear a otro y a deleitarse en él, y alcanza su forma más elevada en esa comunión personal en la que cada una de las partes vive en la vida del otro y encuentra su gozo en impartirse al otro, y en recibir de vuelta el afecto de ese otro" (Hastings, Dictionary of the Bible /Diccionario de la Biblia, III, 153). Tal es el amor de Dios.

2. EL AMOR DE DIOS ES UN EJERCICIO DE SU BONDAD PARA CON LOS PECADORES.

Como tal, tiene el carácter de la gracia y la misericordia. Es una manifestación de la generosidad de Dios que no sólo no es merecida sino que es contraria a los merecimientos; porque los que son objeto del amor de Dios son seres racionales que han quebrantado la ley de Dios, cuya naturaleza está corrompida a los ojos de Dios, y que merecen solamente la condenación y la exclusión definitiva de su presencia. Es tremendo el qué Dios ame a los pecadores; pero es cierto. Dios ama a seres que se han hecho inmerecedores del amor y que (podríamos pensar) no pueden ser amados. No había, en quienes constituyen el objeto de su amor, nada que lo provocara; nada hay en el hombre que pudiera granjear o provocar dicho amor. Entre los hombres el amor lo despierta algo en el ser amado; pero el amor de Dios es libre, espontáneo, inmotivado, encausado. Dios ama a los hombres porque ha elegido amados –como lo expresó Charles Wesley: "Nos ha amado, nos ha amado, porque quiso amar" (con reminiscencias de Deuteronomio 7:8)- y para su amor no se pueden dar razones, salvo su soberana buena voluntad. El mundo griego y el mundo romano de la época neotestamentaria ni siquiera habían soñado con tal amor; a menudo se consideraba que sus dioses codiciaban mujeres, pero no que amasen a los pecadores; y los escritores del Nuevo Testamento tuvieron que introducir lo que virtualmente constituía un nuevo vocablo griego, ágape, para expresar el amor de Dios como ellos lo conocían.

3. EL AMOR DE DIOS ES UN EJERCICIO DE SU BONDAD PARA CON PECADORES INDIVIDUALES.

No se trata de buena voluntad difusa y vaga, manifestada para con todos en general y para con nadie en particular; más bien, por ser función de la omnisciente omnipotencia, su carácter lo lleva a particularizar tanto el objeto como los efectos. Los propósitos de amor de Dios, que tuvieron su origen antes de la creación (cf. Efe. 1:4), involucraban, primero, la elección y selección de aquellos a quienes había de bendecir y, segundo, la designación de los beneficios que se les otorgarían y los medios por los cuales dichos beneficios habrían de ser procurado s y disfrutados. Todo esto quedó establecido desde el principio. De modo que Pablo escribe a los cristianos de Tesalónica: "Debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido [selección], mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad [el medio indicado]" (lI Tes. 2: 13). El ejercicio del amor de Dios para con pecadores individuales en el tiempo es la ejecución del propósito de bendecir a esos mismos pecadores individuales que ya había adoptado en la eternidad.

4. EL AMOR DE DIOS PARA CON LOS PECADORES CONLLEVA EL QUE ÉL SE IDENTIFIQUE CON EL BIENESTAR DE ELLOS.

En toda expresión de amor está involucrada esta clase de identificación: es, más aun, la prueba de si el amor es genuino o no. Si un padre sigue alegre y despreocupado mientras su hijo se está metiendo en líos, o si un esposo permanece impasible cuando su mujer está angustiada, nos preguntamos en el acto cuánto amor puede haber en su relación, porque sabemos que los que realmente aman sólo están contentos cuando aquellos a quienes aman están verdaderamente contentos también. Así es con Dios en su amor para con el hombre.
En capítulos anteriores hemos demostrado que el fin último de Dios en todas las cosas es su propia gloria que él sea manifestado, conocido, admirado, adorado. Esta afirmación es verdad, pero es incompleta. Tiene que ser equilibrada por el reconocimiento de que, al centrar su amor en los hombres, Dios ha ligado voluntariamente su propia felicidad definitiva con la de ellos. No es por nada que la Biblia habla habitualmente de Dios como el amante Padre y Esposo de su pueblo. Se sigue de la misma naturaleza de estas relaciones que la felicidad de Dios no será completa hasta que todos sus amados estén definitivamente libres de problemas y peligros:
Hasta que toda la iglesia redimida de Dios sea salva para no pecar más.
Dios era feliz sin el hombre antes que el hombre fuese creado; y hubiera seguido siendo feliz si se hubiese limitado simplemente a destruir al hombre después que pecó; pero, tal como están las cosas, ha derramado su amor para con pecadores particulares, y esto significa que, por su propia y libre elección, ya no ha de conocer la felicidad perfecta y permanente mientras no haya llevado al cielo a cada uno de ellos. En efecto, Dios ha resuelto que en adelante, y para toda la eternidad, su felicidad estará condicionada por la nuestra. Así Dios salva, no sólo para su gloria, sino también para su felicidad. Esto sirve en buena medida para explicar por qué es que hay gozo (el gozo de Dios mismo) en la presencia de los ángeles cuando un pecador se arrepiente (Luc. 15:10), y por qué habrá "gran alegría" cuando Dios nos presente sin culpa en el día final en su propia presencia sacrosanta (Jud. 24). Este pensamiento sobrepasa el entendimiento y casi agota la fe, pero no cabe duda de que, según la Escritura, tal es el amor de Dios.

5. EL AMOR DE DIOS PARA CON LOS PECADORES SE EXPRESÓ MEDIANTE EL DON DE SU HIJO PARA QUE FUESE SU SALVADOR.

La medida del amor depende de cuanto da, y la medida del amor de Dios es el don de su Hijo único para hacerse hombre, y para morir por los pecados, y de este modo hacerse el único mediador que puede llevamos a Dios. No es de sorprender que Pablo hable del amor de Dios como "grande", y "que excede a todo conocimiento" (Efe. 2:4; 3: 19) ¿Hubo jamás munificencia tan costosa? Pablo arguye que este don supremo es él mismo la garantía de todos los demás: "El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él todas las cosas?" (Rom. 8: 32). Los escritores del Nuevo Testamento señalan constantemente a la Cruz de Cristo como la prueba culminante de la realidad y el carácter ilimitado del amor de Dios. Así, Juan pasa directamente de su primer "Dios es amor" a decir: "En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados" (I Juan 4:9s). De igual modo, dice en su evangelio que "de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree... tenga vida eterna" (Juan 3: 16). Así, también, Pablo escribe: "Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros" (Rom. 5:8) y encuentra la prueba de que el "Hijo de Dios... me amó" en el hecho de que "se entregó a sí mismo por mi'" (Gal. 2:20).

6. EL AMOR DE DIOS PARA CON LOS PECADORES ALCANZA SU OBJETIVO EN CUANTO LOS LLEVA A CONOCERLO YA GOZARSE EN ÉL EN UNA RELACIÓN BASADA EN UN PACTO

La relación conforme a un pacto es aquella en que dos partes están obligadas permanentemente la una a la otra en mutuo servicio y dependencia (ejemplo: el matrimonio). La promesa que responde a un pacto es aquella por la cual se establece una relación pactada (ejemplo: los votos matrimoniales). La religión bíblica tiene la forma de una relación pactada con Dios. La primera ocasión en que los términos de la relación fueron especificados fue cuando Dios se mostró a Abraham como El Shaddai (Dios Todopoderoso, Dios Todo suficiente), y formalmente le entregó la promesa del pacto, "para ser tu Dios" (Gen. 17:lss,7). Todos los cristianos heredan esta promesa mediante la fe en Cristo, como insiste Pablo en Gálatas 3:15ss (nótese el versículo 29). ¿Qué significa? Es en verdad una promesa múltiple: lo contiene todo. "Esta es la primera y fundamental promesa", declaró Sibbes el puritano, "en realidad es la vida y el alma de todas las promesas" (Works / Obras, VI, 8). Brooks, otro puritano, la describe así: “... es como si Dios dijera, Tendrás un interés tan real en todos mis atributos para tu bien, como lo son míos para mi propia gloria… Mi gracia, dice Dios, será tuya para perdonarte, y mi poder será tuyo para dirigirte, y mi bondad será tuya para aliviarte, y mi misericordia será tuya para proveerte, y mi gloria será tuya para coronarte. Esta es una promesa amplia, que Dios sea nuestro Dios: lo incluye todo. Deus meus et omnia (Dios es mío, y todo es mío), dijo Lutero" (Works / Obras, V, 308).
"Esto es amor verdadero para con cualquiera", dijo Tillotson, "que hagamos lo mejor que podamos para su bien." Esto es lo que hace Dios para los que ama -lo mejor que puede hacer; ¡y la medida de 10 mejor que puede hacer Dios es la omnipotencia! Así, la fe en Cristo nos introduce a una relación plena de incalculable bendición, tanto ahora como por la eternidad.
IV
¿Es cierto que Dios es amor para conmigo como cristiano? ¿Y significa el amor de Dios todo lo que se ha dicho? Si es así, surgen ciertas interrogantes. ¿Por qué me quejo y doy evidencias de descontento y resentimiento ante las circunstancias en que me ha colocado Dios? ¿Por qué soy desconfiado, o me siento temeroso o deprimido? ¿Por qué me permito enfriarme, volverme formal, hacer sin ganas el servicio para ese Dios que me ama así?
¿Por qué permito que mis lealtades estén divididas, de tal modo que Dios no tiene todo mi corazón? Juan escribió que "si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amamos unos a otros" (I Juan 4: 11). ¿Podría un observador aprender de la calidad y el grado de amor que le muestro yo a otros -mi mujer, mi esposo, mi familia, mis vecinos, la gente de la iglesia, la gente en el trabajo- algo acerca de la grandeza del amor de Dios para conmigo? Meditemos sobre estas cosas. Examinémonos a nosotros mismos.

CAPITULO 13: LA GRACIA DE DIOS

I
Es un lugar común en todas las iglesias el caracterizar al cristianismo como la religión de la gracia. Constituye un axioma de la erudición cristiana el que la gracia, lejos de ser una fuerza impersonal, una especie de electricidad celestial que se recibe como la carga de una batería conectando una línea a los sacramentos, sea una actividad personal por la que Dios obra en amor para con el hombre. Se señala repetidamente, tanto en libros como en sermones, que la palabra para gracia (charis) en el Nuevo Testamento griego, como la que denota amor (ágape), tiene un uso específicamente cristiano, y que expresa la noción de una espontánea bondad auto determinada y que anteriormente era totalmente desconocida en la ética y la teología greco-romana. En la escuela dominical la dieta incluye comúnmente la gracia en forma de "las riquezas de Dios a expensas de Cristo". Y sin embargo, a pesar de estos factores, no parece que hubiera muchos en nuestras iglesias que realmente crean en la gracia.
Desde luego que siempre están los que encuentran que la doctrina de la gracia es tan sobrecogedoramente maravillosa que nunca se han podido acostumbrar a la idea. La gracia se ha vuelto el tema constante de su conversación y sus oraciones. Han escrito himnos sobre el tema, algunos de los himnos más hermosos de la lengua inglesa -y se requiere tener gran sensibilidad para escribir un buen himno. Han luchado por ella, aceptando el ridículo y la pérdida de privilegios, en caso necesario, como precio de su posición; así como Pablo combatió a los judaizantes, también Agustín combatió a los pelagianos, los reformistas combatieron el escolasticismo, y los descendientes espirituales de Pablo y Agustín, y los reformadores vienen combatiendo desde entonces las doctrinas romanistas y pelagianas. Con Pablo, su testimonio es "Por la gracia de Dios soy lo que soy" (I Coro 15:10), y su norma de vida es "No desecho la gracia de Dios" (Gal. 2:21). Pero mucha gente de iglesia no es así. Puede que crean en la idea de la gracia de labios afuera, pero de allí no pasan. El concepto que tienen de la gracia no es tanto un concepto bajo sino inexistente. El concepto no significa nada para ellos; no entra en el campo de su experiencia para nada. Si se les habla de cuestiones como la calefacción de la iglesia, o el balance del año pasado, demuestran entusiasmo en el acto; pero si se les habla acerca de las realidades que denota la palabra "gracia", su actitud es la de una deferente laguna mental. No acusan al interlocutor de estar hablando tonteras; no cuestionan el hecho de que lo que dice pueda tener sentido; pero les parece que, sea lo que fuere lo que se les está diciendo, está fuera del alcance de ellos; y, cuanto más tiempo hayan vivido sin ella, tanto más seguros están de que en su etapa de la vida ya no la necesitan realmente.
¿Qué es lo que impide a tantas personas que profesan creer en la gracia creer realmente? ¿Por qué es que el tema significa tan poco, incluso para algunos de los que hablan mucho sobre el mismo? La raíz del problema parece estar en un descreimiento arraigado no sólo en la mente sino en el corazón, en el nivel más profundo de las cosas que jamás cuestionamos, porque las damos por sentado. La gracia presupone cuatro verdades cruciales en esta esfera, y si no se las acepta ni se las siente en el corazón, una decidida fe en la gracia de Dios se hace imposible. Desgraciadamente el espíritu de nuestra época está directamente opuesto a ellas, y no podría estarlo más. No es de sorprender, por lo tanto, que la fe en la gracia sea algo raro en el día de hoy. Las cuatro verdades son estas:

1. LA FALTA DE MERECIMIENTO DEL HOMBRE MORALMENTE

El hombre moderno, consciente de sus tremendos éxitos científicos en los últimos años, naturalmente tiende a tener alto concepto de sí mismo. Considera las riquezas materiales como más importantes, en cualquier caso, que el carácter moral; y en la esfera moral se trata a sí mismo en forma decididamente amable, estimando que las pequeñas virtudes compensan los grandes vicios, y rehusando tomar en serio la idea de que, moralmente hablando, haya algo de malo en su comportamiento. Tiende a descartar la mala conciencia, tanto en sí mismo como en otros, como si fuese una rareza psicológica malsana, señal de enfermedad o' de aberración mental, más que índice de realidad moral. Por que el hombre moderno está convencido de que, a pesar de todos sus pecadillos, la bebida, los juegos de azar, el conducir en forma irresponsable, la holgazanería, las mentiras piadosas y las otras, la deshonestidad en el comercio, las lecturas pornográficas, y todo lo demás, en el fondo es un tipo excelente. Luego, al igual que los paganos (y el corazón del hombre moderno es pagano, de eso no tengamos dudas), imagina a Dios como si fuera una imagen magnificada de él mismo, y supone que Dios comparte su propia complacencia consigo mismo. La idea de que él puede ser una criatura que ha perdido la imagen de Dios, un rebelde contra la ley de Dios, culpable y sucio a la vista de Dios, digno de la condenación de Dios, jamás se le ocurre.

2. LA JUSTICIA RETRIBUTIVA DE DIOS

El método del hombre moderno es el de hacer la vista gorda a la maldad, hasta donde le conviene. La tolera en otros, porque piensa que allí, de no haber sido por el accidente de va las circunstancias, va él. Los padres titubean cuando tienen que corregir a los hijos, y los maestros cuando tienen que castigar a los alumnos, y el público aguanta el vandalismo y el comportamiento antisocial de todo tipo casi sin chistar. La máxima aceptada parece ser la de que mientras se pueda olvidar el mal, así debe hacerse; sólo se debe castigar como último recurso, y aun en ese caso sólo en la medida necesaria para impedir que el mal tenga consecuencias sociales demasiado graves. La buena voluntad para tolerar y dar rienda suelta al mal en la medida de lo posible se considera una virtud, mientras que se censura por algunos como algo moralmente dudoso el intento de vivir en forma consecuente con principios fijos del bien y del mal. Siguiendo esta orientación pagana damos por descontado que Dios siente y piensa como nosotros. La idea de que la retribución pudiera ser la ley moral del mundo de Dios, y expresión de su santo carácter parece al hombre moderno enteramente imaginaria: los que la sostienen se ven acusados de proyectar sobre Dios sus propios impulsos patológicos de ira y venganza. Sin embargo, la Biblia insiste constantemente en que este mundo creado por Dios en su bondad es un mundo moral, en el que la retribución es un hecho tan básico como lo es la respiración. Dios es el Juez de toda la tierra, y él ha de obrar rectamente, vindicando al inocente, si lo hubiere, pero castigando "en ellos su pecado" a los que quebrantan la ley (cf. Gen. 18: 25). Dios no es fiel a sí mismo a menos que castigue el pecado. Y a menos que uno sepa y sienta la verdad de este hecho, que los que hacen el mal no tienen ninguna esperanza, en el orden natural de las cosas, de recibir de Dios sino el juicio retributivo, uno no puede jamás compartir la fe bíblica en la gracia divina.

3. LA IMPOTENCIA ESPIRITUAL DEL HOMBRE

El libro de Dale Carnegie titulado How to Win Friends and Influence People (Cómo ganar amigos e influir sobre los demás, hay ediciones en castellano), es casi como una Biblia moderna; y toda una técnica de relaciones públicas se ha creado en los últimos años siguiendo el principio de colocar a la otra persona en una posición en la que no puede decentemente decir "no". Esto ha confirmado al hombre moderno en la esperanza que han alentado las religiones paganas desde que tales cosas existen, a saber, la creencia de que podemos reparar nosotros mismos nuestra relación con Dios, mediante la técnica de colocar a Dios en una posición donde ya no pueda decir no. Los paganos de la antigüedad pensaban que podrían lograr esto multiplicando dones y sacrificios; los paganos modernos procuran hacerla mediante la moralidad y la actividad eclesiástica. Reconocen que no son perfectos, pero, aun así, no les cabe la menor duda de que su honorabilidad, de aquí en adelante, es garantía de que van a ser finalmente aceptados por Dios, cual quiera haya sido su vida pasada. Pero la posición de la Biblia es la que expresa Toplady:
No son las obras de mis manos las que pueden cumplir las demandas de tu ley. Aunque mi cielo no conociera el descanso, aunque mis lágrimas corrieran interminablemente, nada de esto podría expiar mi pecado -lo cual conduce a la admisión de la propia impotencia y a la conclusión de que: Tú tienes que salvar, y sólo tú.

"Por las obras de la ley [es decir, la moralidad y la actividad eclesiástica] ningún, ser humano será justificado delante de él", declara Pablo (Rom. 3: 20). El reparar nuestra propia relación con Dios, reconquistando su favor luego de haberlo perdido, está más allá de lo que puede hacer ninguno de nosotros. Y es preciso ver esto y aceptado humildemente antes de poder compartir la fe bíblica en la gracia divina.